La obediencia es un principio
supremo presente aún en la educación, no sólo militar, sino infantil. Se exige a
los niños obediencia ciega bajo la amenaza de castigos, de la pérdida de
aprobación o del amor en caso de rebelarse a las órdenes de padres o
educadores, sin importar qué tan injustas y arbitrarias sean. Docilidad y adiestramiento son las bases de la educación
y la crianza. Desobedecer entraña uno de
los más grandes pecados en nuestra cultura patriarcal, y así nos lo dejan claro
las escrituras de todas las religiones judeocristianas. La obediencia al adulto
como uno de los ejes fundamentales de la crianza y de la educación tradicional,
aún hoy hegemónica en nuestro planeta, supone la represión de la
expresión de las pulsiones y la sabiduría intuitiva del niño. La gran mayoría
de los adultos hacemos énfasis en criar niños obedientes antes que poner el
acento en cultivar la capacidad de autorregulación, comprensión, reflexión y la construcción del deseo genuino
del niño a cooperar, respetando su
propio criterio y su integridad como persona.
Este es el modelo que -lo aceptemos o no, lo registremos o no- en mayor
o menor grado, incorporamos durante la
infancia y luego replicamos en la adultez, salvo que hagamos un esfuerzo
consciente para observarlo y trascenderlo.
En este video que traigo hoy veremos
un experimento espeluznante donde se desvelan
los estragos de la educación autoritaria, que Alice Miller denomina la Pedagogía
Negra, cuyo pilar fundamental es
la obediencia a la autoridad. Se trata
de una versión reciente del famoso experimento
de Milgram en el que se arroja
el mismo resultado del original realizado durante la década del sesenta. Con lo
cual queda en evidencia que después de
más de cuarenta años, nada ha cambiado.
Vean el grado en que hemos sido
condicionados para la obediencia y la sumisión a las órdenes de un superior,
desoyendo nuestro sentido común y sabiduría intuitiva. Vean y comprenderán por
qué tantas personas terminan cometiendo despropósitos únicamente por el hecho
de obedecer o seguir ciegamente el comando de alguien que consideren autoridad
suficiente, incapaces de responder a su propio sentido común, enterrado desde
la más temprana infancia bajo capas de
condicionamientos represores gracias a lo que hemos llamado buena educación.
Miremos aquí lo acuciante que constituye la necesidad de plantearnos qué es lo
que queremos lograr como educadores o criadores. Porque una cosa es un niño
sumiso y obediente, y otra muy distinta es un niño empático, respetuoso, consciente,
criado con la libertad de desarrollar su propio criterio para autorregularse y tomar buenas decisiones en su
vida presente y futura.
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