Recientemente, una entrañable
amiga volcada a la crianza respetuosa y a la promoción de la lactancia materna,
me preguntó: “Hola querida Berna, ¿tienes algún artículo que hable sobre
"no obligar" a los niños-as a besar a los adultos al saludarlos?, leí
algo sobre "obligar" a los niños a besar a los adultos y su relación
con el abuso infantil...”. Le respondí que hasta ahora no había escrito específicamente
sobre obligar a los niños a saludar o besar a los adultos, pero que sí he
escrito en general sobre la importancia de informar, comunicar, acordar, con
los niños de un modo respetuoso y empático, en lugar de imponer y dar sistemáticamente
órdenes. Se trata de un principio ético que debería orientar nuestra aproximación
hacia los pequeños. En ese sentido, el tema de obligarlos a saludar, no constituye
una excepción. Por otra parte forzar a un
niño a besar a los demás equivale a entrenarlo a someter su propio deseo y su propio
cuerpo ante el deseo de otros. He allí donde observo el vínculo entre esta o
cualquier práctica autoritaria hacia los niños con el abuso sexual infantil. Sin darnos cuenta, repitiendo sin cuestionar el orden
autoritario en el cual hemos sido educados, en lugar de inculcar a nuestros hijos
valores de respeto hacia la integridad de su cuerpo y sus propios deseos, terminamos
por convertirnos en padres entregadores.
Cabe aquí la indagación
acerca de lo que nos induce a desoír a nuestro hijo o hija cuando le forzamos a
saludar y besar a otras personas, ¿lo hacemos porque necesitamos dar la
impresión de ser padres ejemplares que han sabido educar “correctamente”?, ¿nos
preocupa más lo que el otro pueda pensar de nosotros que lo que nuestro propio hijo
o hija siente o desea?, ¿queremos que el
niño responda ciegamente a nuestras expectativas sin considerar que posiblemente
el pequeño sienta timidez o que probablemente en ese momento no esté de ánimo o
tal vez esa persona no le inspira confianza?... Recordemos que los niños están
menos intervenidos por los condicionamientos sociales y aún son capaces de registrar
intuitivamente lo que les encaja o no. No perdamos de vista que los pequeños
son honestos y espontáneos a la hora de expresar sus sentimientos. Cuando besan
o saludan a alguien lo hacen de corazón a diferencia de los adultos quienes la
mayoría de las veces lo hacemos por conveniencia o por obligación.
Vale la pena usar esos
lentes especiales que yo llamo “del darse cuenta” y observar el mensaje encapsulado
dentro de la orden que fuerza a un pequeño a saludar o besar a otros. En primer lugar, como ya he aclarado, le enseñamos
al niño que no tiene derecho a decidir sobre su cuerpo y que su deseo no es
digno de respeto, que los mismos no les pertenecen, que debe supeditarlos a las
demandas de quienes reconozca como superiores. Por otro lado, cuando juzgamos al
niño de malo o mal educado por no saludar o besar a quien le indiquemos, el
pequeño aprende que para complacer, para
ser amado y aprobado por sus padres, debe reprimir y ocultar sus sentimientos
genuinos, es decir, les enseñamos a mentir y alejarse de sus propias emociones,
a perder contacto con sus intuiciones y con su propia esencia.
Ciertamente como adultos
responsables de nuestros chiquitines, queremos que desarrollen la
capacidad de ser gentiles y ser empáticos
con las demás personas, lo cual es perfectamente válido y deseable. Pero forzar, imponer o usar el amor y la aceptación como
monedas de cambio según el niño haga o no lo que esperamos de él, no es un camino ni consciente, ni respetuoso de
socialización o educación. Tampoco constituye una forma coherente de inculcar
el valor de la empatía y la cortesía que son los que se supone deberían dar
sentido al hecho de saludar a los demás.
Para beneficio de nuestros pequeños
es bueno que aclaremos conceptos: Una
cosa es un niño obediente y sumiso, y otra muy distinta es un niño consciente,
respetuoso y empático.
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