jueves, 21 de febrero de 2013

Ganamos Concurso de Bloggers del BID

La reseña completa de la entrega del premio la ueden leer aquí


Con mucha emoción comparto con mis lectores, seguidores y radio escuchas, esta gratificante noticia. He tenido el honor de recibir el primer premio del Concurso de Bloggers del BID "Habla por los más pequeños" por mi post titulado "La nalgada 'a tiempo'".  Participamos 125 concursantes de 17 países.  La noticia fue publicada el 15 de enero  en la página  oficial del Banco Interamericano de Desarrollo, y en el blog "Primeros Pasos" perteneciente a esta organización a quienes agradezco infinitamente contribuir con la tarea  de poner en relieve la causa de los niños y niñas. El premio fue entregado en una  grata ceremonia en la sede del BID en Caracas con la presencia de Rocío Medina, Representante de BID en Venezuela y la especialista en Protección Social del BID, Xiomara Alemán. En el acto, organizado por la División de Protección Social y Salud del Banco, también participaron representantes del Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (IDENA), así como de las organizaciones Venezuela Sin Límites y REDSOC, pertenecientes al Grupo Consultivo de la Sociedad Civil (ConSOC), y miembros de la oficina del Banco en el país. 

 

En Conoce Mi Mundo nos sentimos honrados y felices por este reconocimiento.


Estamos muy contentos de anunciar al ganador y los cinco finalistas del concurso de bloggers del BID.

La ganadora es Berna Iskandar de Caracas, Venezuela con el post titulado “La nalgada a tiempo.”

Los cinco finalistas (en orden alfabético) son:

  • Francisca Jordan (Port au Spain, Trinidad y Tobago): “Soluciones para el cuidado infantil en Trinidad y Tobago”
  • Ángeles Destefano (Argentina): “Revalorizando el valor de las madres”
  • Karina Tejada Campos (Antofagasta-Chile): “Las olvidadas y re-encontradas de la educación inicial”
  • Laura Valadez (México): “Pobreza infantil en México: los desafíos por venir”
  • Ivon Valencia Muñoz (Itagüí-Colombia): “¡Es tiempo de conquistar la confianza!”
Estos artículos fueron evaluadas por un comité de cuatro especialistas en Primera Infancia, que los evaluaron en las siguientes dimensiones: i) relevancia, ii) contenido y iii) escritura.
El martes 22 de enero se publicará en el Blog Primeros Pasos el artículo del ganador y subsecuentemente, cada dos semanas, se publicarán los artículos de los cinco finalistas (en orden alfabético).

¡Les agradecemos muchísimo a los 125 participantes de 17 países por enviarnos sus valiosas contribuciones!






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"Los beneficios económicos de los programas  de desarrollo infantil de calidad son hasta 19 veces mayores a sus costos"BID

viernes, 15 de febrero de 2013

Berna Iskandar gana primer premio concurso del BID sobre desarrollo infantil

La reseña completa de la entrega del premio la ueden leer aquí


Con mucha emoción comparto con mis lectores, seguidores y radio escuchas, esta gratificante noticia. He tenido el honor de recibir el primer premio del Concurso de Bloggers del BID "Habla por los más pequeños" por mi post titulado "La nalgada 'a tiempo'".  Participamos 125 concursantes de 17 países.  La noticia fue publicada el 15 de enero  en la página  oficial del Banco Interamericano de Desarrollo, y en el blog "Primeros Pasos" perteneciente a esta organización a quienes agradezco infinitamente contribuir con la tarea  de poner en relieve la causa de los niños y niñas. El premio fue entregado en una  grata ceremonia en la sede del BID en Caracas con la presencia de Rocío Medina, Representante de BID en Venezuela y la especialista en Protección Social del BID, Xiomara Alemán. En el acto, organizado por la División de Protección Social y Salud del Banco, también participaron representantes del Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (IDENA), así como de las organizaciones Venezuela Sin Límites y REDSOC, pertenecientes al Grupo Consultivo de la Sociedad Civil (ConSOC), y miembros de la oficina del Banco en el país. 

 

En Conoce Mi Mundo nos sentimos honrados y felices por este reconocimiento.


Estamos muy contentos de anunciar al ganador y los cinco finalistas del concurso de bloggers del BID.

La ganadora es Berna Iskandar de Caracas, Venezuela con el post titulado “La nalgada a tiempo.”

Los cinco finalistas (en orden alfabético) son:

  • Francisca Jordan (Port au Spain, Trinidad y Tobago): “Soluciones para el cuidado infantil en Trinidad y Tobago”
  • Ángeles Destefano (Argentina): “Revalorizando el valor de las madres”
  • Karina Tejada Campos (Antofagasta-Chile): “Las olvidadas y re-encontradas de la educación inicial”
  • Laura Valadez (México): “Pobreza infantil en México: los desafíos por venir”
  • Ivon Valencia Muñoz (Itagüí-Colombia): “¡Es tiempo de conquistar la confianza!”
Estos artículos fueron evaluadas por un comité de cuatro especialistas en Primera Infancia, que los evaluaron en las siguientes dimensiones: i) relevancia, ii) contenido y iii) escritura.
El martes 22 de enero se publicará en el Blog Primeros Pasos el artículo del ganador y subsecuentemente, cada dos semanas, se publicarán los artículos de los cinco finalistas (en orden alfabético).

¡Les agradecemos muchísimo a los 125 participantes de 17 países por enviarnos sus valiosas contribuciones!






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"Los beneficios económicos de los programas  de desarrollo infantil de calidad son hasta 19 veces mayores a sus costos"BID

Twitter. @conocemimundo

jueves, 14 de febrero de 2013

Liberación femenina y maternidad


Diputada Licia Ronzulli, en sesión plenaria con su hija en brazos

“La mujer venezolana actual que haya leído ‘Ifigenia’ de Teresa de La Parra, debería caer al suelo de rodillas dando gracias a Dios por haber nacido cincuenta años después … que antes era impensable ver a una mujer estudiando en una universidad o trabajando fuera de casa, pero hoy, mujer con suiche en la cartera y chequera quince y último es prácticamente ingobernable”. Todavía recuerdo vivamente este ocurrente comentario que escuché hace un montón de años en una conferencia sobre las fortalezas del venezolano dictada por el profesor y sociólogo, Antonio Cova Maduro, quien de algún modo lleva mucha razón. Si las mujeres actuales –las venezolanas y las del mundo occidentalizado-  hacemos una mirada retrospectiva, no tendríamos que desplazarnos muchas generaciones atrás. Con situarnos en los tiempos de nuestras abuelas o bisabuelas, nos bastaría para comprender que hoy, no precisamente gracias a Dios, como exclamaba el profesor Cova Maduro,  sino gracias a la lucha de las primeras feministas, ingresamos cotidianamente a territorios y gozamos de derechos y privilegios, antes restringidos a los hombres.
Sin embargo no todo lo que brilla es oro. En el afán de lograr un orden más justo, las mujeres confundimos nuestra liberación con el objetivo de parecernos a los hombres. Así fuimos ganando espacios y derechos bajo el mismo orden masculino patriarcal, jerárquico y competitivo, en lugar de situarnos dentro de un esquema más cooperativo, horizontal, dando cabida y reconocimiento a nuestra propia esencia femenina, nuestros propios ritmos biológicos y necesidades peculiares.
Hoy día las mujeres asalariadas, profesionales, empresarias… que conquistamos una identidad en el mundo exterior,  ciertamente podríamos describirnos como liberadas y modernas, pero el drama es que sentimos que dejamos de serlo en la medida en que decidimos dedicarnos a la maternidad y la crianza de los hijos. Son infinitas las crisis, angustias, confusiones y conflictos que afectan a la mujer contemporánea frente a la decisión de criar o salir a trabajar. Al igual que en los tiempos de las abuelas, la maternidad sigue siendo, hoy,  sinónimo de enclavarse en la desvalorización social y la sujeción.   Fue así antes y es así ahora porque hemos estado y seguimos organizadas bajo el mismo esquema patriarcal, de modo que disfrutamos de dichas libertades y derechos   solo en la medida en que ingresamos al territorio masculino. Mujer que decide parir y criar a tiempo completo o con mayor dedicación, ingresa proporcionalmente a la sombra. ¿Les parece que esto pueda llamarse liberación femenina?
A mí no me salen las cuentas cuando registro que ganar autonomía, identidad, reconocimiento social supone plegarnos a los ritmos del hombre y competir bajo las reglas de juego creadas por la supremacía masculina.  Nos recargamos de exigencias laborales, profesionales y domésticas en comparación con los varones que no terminan de asumir las tareas del hogar como parte de su responsabilidad (todavía abundan Pedros Picapiedra que llegan a casa preguntando qué hay para cenar en lugar de preguntar qué hacemos para cenar), nos estorba la menstruación, nos alejamos prematuramente de los hijos para regresar a un medio laboral concebido y organizado por y para varones, fagocitadas en un lugar y un sistema productivo distante e incompatible con el maternaje.
Es hora ya de plantearnos que la conquista de una genuina liberación femenina debe entrañar el reconocimiento y apoyo social al ejercicio pleno de la maternidad. Integrar la función materna  a tiempo completo, si así lo decide la mujer, como tarea remunerada, protegida, respetada, valorada y reconocida socialmente, eso es liberación.
Ciertamente hay que honrar a nuestras ancestras quienes impulsaron el movimiento de nuestros derechos civiles y a quienes debemos el hecho de que hoy votemos, vayamos a la universidad y disfrutemos del acceso a espacios antes reservados al género masculino. Pero es el momento de abrirse a una nueva conciencia donde la liberación femenina sea concebida en un orden social alternativo, fuera de la estructura jerárquica y competitiva impuesta por el patriarcado,   con propuestas distintas  al orden productivo diseñado por y para hombres que no condice con los ritmos femeninos cíclicos, ni con las necesidades de la mujer que concibe, que pare, que amamanta y que cría a sus hijos.    
Twitter. @conocemimundo

La nalgada "a tiempo"







Post ganador del Concurso de Bloggers 2013 "Habla por los más pequeños" organizado por el Banco Interamericano de de Desarrollo (BID) entre 125  participantes de 17 países 







Nunca será demasiado insistir en este tema





Por Berna Iskandar

Yo digo, “que levante la mano quien esté de acuerdo con el maltrato infantil”,  y nadie la levanta. Obviamente.  Pero luego cuando digo, “ahora, por favor, que levante la mano quien esté de acuerdo con la nalgada a tiempo para disciplinar”,  más del sesenta por ciento del auditorio apoya la moción.  Así suelen iniciar las charlas sobre crianza libre de violencia que dicto en Venezuela.    Sin duda, una prueba de ácido infalible para poner en relieve la visión sobre la infancia que sostienen determinados colectivos.
El mismo resultado  de esta “prueba de ácido” tiende a replicarse a lo largo y ancho del planeta.
El doctor Carlos González, pediatra español, asesor de la Liga Internacional de La Leche y autor del best seller  “Bésame Mucho”,  a quien tuve el honor de entrevistar recientemente, me comentó que la aprobación de la ley que prohíbe el castigo físico infantil, desencadenó un acalorado debate en España, a propósito del cual, recibió invitación para un programa de radio. Allí, el reputado pediatra y autor, escuchó quejas de padres y de profesionales quienes alegaban que el Estado no tenía el derecho a inmiscuirse en las decisiones de las familias,  sobre cómo educar o no a los hijos. Quien conoce al doctor González, sabe que lo distingue la habilidad de desenvainar certeramente su humor chispeante e incisivo, con el cual, no tarda en derribar los mitos sobre crianza que se le ponen por delante. Su respuesta ante tales argumentos en contra de la ley fue: “Claro que sí, tienen ustedes mucha razón. Si permitimos al Estado que nos prohíba pegarle a nuestro hijo, luego nos va a prohibir pegarle a la esposa…” El conocido pediatra hizo una pausa que invitaba a la reflexión, y agregó:  "A ver,  ¿acaso nos parece normal pegarle a la esposa, al marido, a un empleado,  a un camarero porque nos atendió mal? No. Porque la gente civilizada no le pega a nadie. Pero pegarle a tu propio hijo, un niño indefenso y vulnerable que depende de ti para que lo protejas ¿sí que te parece normal? ..."  Ajá, pues más claro no canta un gallo, como decimos en mi tierra.
Ciertamente hemos logrado considerables avances tecnológicos, científicos y en materia de derechos humanos, pero la mayoría de los adultos, aún, ni ven ni tratan a los niños como sujetos plenos de derecho. Y no hablo sólo de padres y madres que están de acuerdo con golpear a sus hijos, si no también de especialistas como pediatras, psicólogos, jueces… quienes validan el castigo físico y otra ristra de tratos que, por principio, considerarían inadmisibles hacia cualquier adulto.
En el año 2010, según Save The Children, las leyes de 168 países del mundo todavía permitían el uso del castigo físico en el hogar. No es mucho lo que ha cambiado desde entonces. Incluso en algunos países que lo prohíben legalmente como en Venezuela, poco lo sancionan y propugnan la vertiente legal y psicológica que establece diferencia entre castigo físico y maltrato, según sea la intensidad o la intención con que se golpee a un pequeño o a un adolescente.
Para mí, no existe ninguna diferencia. Pegar a un niño no tiene justificación alguna. Si no somos capaces de encontrar un lugar emocional desde donde sentir que pegarle a nuestro hijo o hija en cualquier circunstancia, con cualquier intención o intensidad, es maltrato y es violencia, entonces necesitamos buscar ayuda.
No existen nalgadas a tiempo para disciplinar. Existen padres y adultos que necesitan ser orientados para educar sin maltratar.

Liberación femenina y maternidad


Diputada Licia Ronzulli, en sesión plenaria con su hija en brazos

“La mujer venezolana actual que haya leído ‘Ifigenia’ de Teresa de La Parra, debería caer al suelo de rodillas dando gracias a Dios por haber nacido cincuenta años después … que antes era impensable ver a una mujer estudiando en una universidad o trabajando fuera de casa, pero hoy, mujer con suiche en la cartera y chequera quince y último es prácticamente ingobernable”. Todavía recuerdo vivamente este ocurrente comentario que escuché hace un montón de años en una conferencia sobre las fortalezas del venezolano dictada por el profesor y sociólogo, Antonio Cova Maduro, quien de algún modo lleva mucha razón. Si las mujeres actuales –las venezolanas y las del mundo occidentalizado-  hacemos una mirada retrospectiva, no tendríamos que desplazarnos muchas generaciones atrás. Con situarnos en los tiempos de nuestras abuelas o bisabuelas, nos bastaría para comprender que hoy, no precisamente gracias a Dios, como exclamaba el profesor Cova Maduro,  sino gracias a la lucha de las primeras feministas, ingresamos cotidianamente a territorios y gozamos de derechos y privilegios, antes restringidos a los hombres.
Sin embargo no todo lo que brilla es oro. En el afán de lograr un orden más justo, las mujeres confundimos nuestra liberación con el objetivo de parecernos a los hombres. Así fuimos ganando espacios y derechos bajo el mismo orden masculino patriarcal, jerárquico y competitivo, en lugar de situarnos dentro de un esquema más cooperativo, horizontal, dando cabida y reconocimiento a nuestra propia esencia femenina, nuestros propios ritmos biológicos y necesidades peculiares.
Hoy día las mujeres asalariadas, profesionales, empresarias… que conquistamos una identidad en el mundo exterior,  ciertamente podríamos describirnos como liberadas y modernas, pero el drama es que sentimos que dejamos de serlo en la medida en que decidimos dedicarnos a la maternidad y la crianza de los hijos. Son infinitas las crisis, angustias, confusiones y conflictos que afectan a la mujer contemporánea frente a la decisión de criar o salir a trabajar. Al igual que en los tiempos de las abuelas, la maternidad sigue siendo, hoy,  sinónimo de enclavarse en la desvalorización social y la sujeción.   Fue así antes y es así ahora porque hemos estado y seguimos organizadas bajo el mismo esquema patriarcal, de modo que disfrutamos de dichas libertades y derechos   solo en la medida en que ingresamos al territorio masculino. Mujer que decide parir y criar a tiempo completo o con mayor dedicación, ingresa proporcionalmente a la sombra. ¿Les parece que esto pueda llamarse liberación femenina?
A mí no me salen las cuentas cuando registro que ganar autonomía, identidad, reconocimiento social supone plegarnos a los ritmos del hombre y competir bajo las reglas de juego creadas por la supremacía masculina.  Nos recargamos de exigencias laborales, profesionales y domésticas en comparación con los varones que no terminan de asumir las tareas del hogar como parte de su responsabilidad (todavía abundan Pedros Picapiedra que llegan a casa preguntando qué hay para cenar en lugar de preguntar qué hacemos para cenar), nos estorba la menstruación, nos alejamos prematuramente de los hijos para regresar a un medio laboral concebido y organizado por y para varones, fagocitadas en un lugar y un sistema productivo distante e incompatible con el maternaje.
Es hora ya de plantearnos que la conquista de una genuina liberación femenina debe entrañar el reconocimiento y apoyo social al ejercicio pleno de la maternidad. Integrar la función materna  a tiempo completo, si así lo decide la mujer, como tarea remunerada, protegida, respetada, valorada y reconocida socialmente, eso es liberación.
Ciertamente hay que honrar a nuestras ancestras quienes impulsaron el movimiento de nuestros derechos civiles y a quienes debemos el hecho de que hoy votemos, vayamos a la universidad y disfrutemos del acceso a espacios antes reservados al género masculino. Pero es el momento de abrirse a una nueva conciencia donde la liberación femenina sea concebida en un orden social alternativo, fuera de la estructura jerárquica y competitiva impuesta por el patriarcado,   con propuestas distintas  al orden productivo diseñado por y para hombres que no condice con los ritmos femeninos cíclicos, ni con las necesidades de la mujer que concibe, que pare, que amamanta y que cría a sus hijos.    

jueves, 7 de febrero de 2013

Sobre el peliagudo tema de los límites y la disciplina




Por un lado, observo  a padres y adultos que atribuyen a la carencia de límites y disciplina, todo desequilibrio o desajuste en el comportamiento o el vínculo con los niños, con lo cual manifiestan la demanda voraz de imponerlos en la crianza, la mayoría de las veces de forma arbitraria y violenta. Del otro lado observo a padres y adultos a la defensiva con reacciones casi alérgicas frente a la palabra disciplina o límites. En ambos casos,  aunque ubicados desde extremos contrarios, nos encontramos frente a la discapacidad para registrar que educar en la comprensión y respeto de límites y disciplina no equivale necesariamente al uso de violencia.  Evidentemente se trata de una situación de desequilibrio que, como siempre, termina por afectar a nuestros peques.

Dice la autora y terapeuta Laura Gutman que en un territorio emocional, donde únicamente hay espacio para el deseo de uno, hay violencia. Esto por supuesto no aplica para un bebé o niño pequeño –carente de autonomía,  absolutamente vulnerable y dependiente de nuestros cuidados- a quien hay que satisfacer en continuum, de inmediato y sin demoras. Sin embargo, es deseable que el altruismo, la empatía, la cooperación y la reciprocidad comiencen a florecer progresiva y sensatamente en la medida en que el niño adquiere nociones de otredad, es decir, cuando deja de percibirse como un ser único y fusionado con la madre, y logra  reconocerse como un ser distinto capaz de darse cuenta de que hay “un yo y un tú”.
A determinada edad cuando el niño adquiere suficiente autonomía y habilidades tales como expresarse a través del lenguaje, socializar, comprender límites razonables y mantener algunas reglas, considero importante que le apoyemos a fortalecer sus habilidades y adquirir herramientas fundamentales para la convivencia. Nuestra obligación como padres también supone hacerles ver que la libertad de dar rienda suelta en determinados momentos a determinados impulsos o deseos propios, básicamente se termina cuando dañamos a los demás o donde ponemos en riesgo la propia integridad. Esto es lo que yo entiendo como la capacidad de registrar y de respetar los límites connaturales de la vida y de la convivencia. Por lo tanto no se trata de “ponerle límites” a los hijos, sino de ayudarles a reconocerlos y a comprender la importancia de respetarlos. Siempre, claro está, de un modo sensato, adecuado a su capacidad de comprensión y sin violentar el momento madurativo del niño  ni su integridad como persona.
Es importante poner en la balanza el hecho de que los seres humanos no somos puro instinto como el resto de los animales. También hacemos parte de una cultura. Es verdad que en gran medida nos regulamos con el instinto, y es deseable hacerlo, porque respondemos así a lo que dicta sabiamente nuestro diseño evolutivo.  Pero no todo lo que pertenece al instinto resulta necesariamente constructivo en cualquier circunstancia. Es difícil concebir un mundo humanizado cuando agredimos a otros toda vez que nos sentimos amenazados o porque nos parezcan raros o diferentes,  o si orináramos y defecáramos en medio de la calle o en pleno comedor porque sentimos ganas, o cuando tomamos cualquier cosa que deseemos sin la autorización de los propietarios, etc., con el argumento de que lo natural es obedecer nuestros instintos. Y es que las personas, además de desear y necesitar, también somos capaces de razonar, evaluar cuando un  deseo o un impulso es capaz de dañarnos o de dañar a los demás. Por lo tanto estamos en condiciones de regular los propios impulsos a través de la razón. Disponemos del libre albedrío, cualidad que nos define como seres civilizados y de la cual se deriva la ética. 
La psicóloga y directora de “Aula en Familia”,  Violeta Alcocer afirma con lucidez en el post “Los límites Coordenadas Fundamentales” de su blog Atraviesa El Espejo (palabras más palabras menos) que cuando los niños desean, frecuentemente lo hacen pura y desmedidamente y que por tanto la distancia entre los deseos de un niño y la realidad, suele ser grande  (agarrar o desarmar con ávida curiosidad los dispositivos electrónicos  en una tienda de computadoras, subirse a las mesas  de los restaurantes, irse solos al medio de la calle…) A menudo esta distancia puede resolverse con diálogo, con explicaciones, con negociaciones o quizás ofreciendo otras opciones al pequeño. Si es un comportamiento producto de una necesidad legítima no atendida, (hambre, cansancio, mirada y vínculo afectivo) o si se trata de un comportamiento violento por heridas emocionales no sanadas, (celos hacia el nuevo hermanito, experiencias de abandono, desamparo o  maltrato) debería desaparecer una vez que la causa es detectada y atendida. Pero también hay momentos en los que debemos comunicar y demostrar lo que esperamos de nuestro pequeño o pequeña, de un modo claro, firme y al mismo tiempo amable.  Por ejemplo, si después de haber empleado todos los recursos, explicaciones, indagaciones, acuerdos, etc.,  el niño aún se empeña en ir solo hasta el medio de la calle, entonces lo tomamos firmemente de la mano o lo cargamos y le decimos que no.  Sin regañar, sin castigar, sin rogar, ni suplicar. Simplemente actuamos con firmeza pero sin ser violentos. Lo mismo si el pequeño golpea o hace daño a otras personas, adultos o niños. Sencillamente no lo permitimos. En casos así, podemos contenerlo físicamente con nuestro cuerpo hasta que se calme. Cuando sistemáticamente, toda vez que entramos a una tienda, nuestro niño comienza a echar mano,  desordenar y tirar lo que encuentra por delante o atropellar a los demás, sencillamente no lo dejamos. Sin amenazar y sin gritar. No lo permitimos y punto, al igual que no le permitiríamos tomarse una botella de detergente aunque se empeñe en hacerlo.  
Hay reglas y límites con los que podemos ser flexibles. Por ejemplo, un día podemos irnos a la cama sin bañarnos o cepillarnos los dientes y no pasa nada. Hay otros que no se negocian, como agredir a las personas, o permitir al niño que se tome la botella de cloro porque se empeñó. Pero en ningún caso necesitamos castigar, ni pegar, ni gritar a los niños para ayudarlos a tomar conciencia sobre los dichosos límites. Tampoco existen fórmulas, ni recetas, ni un listado estandarizado de límites  en cuyo marco educar a los pequeños. Cada familia constituye una identidad particular con sus propias costumbres y cultura de lo cual se desprende un conjunto de valores y reglas de convivencia. En todo caso lo que queremos lograr es que el niño desarrolle el genuino deseo de cooperar sin la amenaza de castigos o  estímulos como premios o recompensas. Es decir, que nuestro hijo o hija consiga auto-regularse, que no dependa de la vigilancia constante a sus espaldas. Que se convierta en guardián de sí mismo, que oriente su vida a partir de la ética y de los valores que ha decidido conscientemente incorporar en su bagaje intelectual y emocional. Es así como se forman personas que estudian no para obtener notas sino par aprender, que trabajan no sólo por dinero sino por el placer de realizar una tarea gratificante o para contribuir con el bien colectivo, personas que con o sin policías y amenazas de multas, respetan la luz roja del semáforo o se abstienen de poner música a todo volumen porque entienden que su derecho a escuchar la música que les gusta,  se termina donde comienza el derecho de los demás a una vida libre de contaminación sónica... Es así como se forman seres humanos capacitados para darse cuenta de que integran un sistema en el que cada individuo constituye una unidad estrechamente vinculada al resto de los componentes (desde el más próximo al más lejano) de este vasto entramado que constituye una familia, un país, un planeta y que cada uno de nuestros actos afecta al conjunto y también se revierte hacia nosotros.
Otro aspecto a destacar sobre este peliagudo y empastelado tema, es la capacidad  para comunicar apropiadamente lo que esperamos del otro. Así como los padres estamos dispuestos incondicionalmente a respetar a nuestros hijos, a acompañarlos y adaptarnos a sus necesidades, llegado un momento de su desarrollo  evolutivo, es deseable mostrarles que, en ocasiones, los demás también necesitan y esperan ser acompañados y complacidos.  Por ejemplo, si el niño está aburrido y quiere jugar con nosotros, podemos dejar nuestra tarea para ir a jugar con él, explicándole que luego de un tiempo debemos regresar a la tarea pendiente y que esperamos que nos permita realizarla, transando así, por “un ratito tú y otro ratito yo”.
El problema surge cuando los adultos no sabemos reconocer, nombrar, por tanto explicar y pedir asertivamente a nuestros hijos, lo que necesitamos de ellos. Tal vez porque nadie nos permitió reconocer y pedir de un modo transparente lo que necesitamos durante nuestra propia infancia plagada de tratos autoritarios, exigencias desmedidas y descalificaciones constantes hacia nuestras necesidades legítimas.  Así las cosas,  los elementos quedan servidos para que  padres y madres, incluidos los que decidimos apostar por la crianza respetuosa  o  intentamos practicarla,  seamos susceptibles de atravesar los linderos hacia el tan denigrado  “exceso de permisividad”.  Me refiero a los casos de niños que se violentan, patean, gritan y golpean a sus padres o a otros si no se les complace de inmediato, en todo momento y sin tregua. Niños que sistemáticamente desconocen y se niegan a dar cabida al deseo de otros.  Niños que luego llamamos tiranos.
Pero la responsabilidad es de nosotros los adultos que al no saber cómo pedir lo que esperamos, impedimos que el niño reconozca e interiorice los límites razonables así como su propia capacidad de cooperación, altruismo y reciprocidad. Según mi criterio, esto resulta nefasto para nuestro hijo a quien le saboteamos las habilidades para negociar, acordar y fluir en el entorno compartido con otros.  Aclaremos que no hablo de adaptar a los niños  a un orden social injusto con demandas desmedidas, pero tampoco se trata de saltar hacia el extremo de “desadaptarlos” del mundo donde necesariamente tienen que desarrollar habilidades de convivencia. Se trata de apostar por el equilibrio entre dar y recibir, ser flexibles y ser firmes.  Como los equilibristas quienes oscilan a ratos hacia la derecha y luego hacia la izquierda, para sortear la gravedad y mantenerse caminando.
Comunicar al niño lo que sentimos sin menoscabar a la persona (“me canso mucho cuando tengo que recoger todo el desorden en la sala” en lugar de “eres un desordenado”), enseñarles a reconocer nuestras necesidades y lo que esperamos de ellos (hemos jugado juntos toda la tarde, ahora mamá necesita concentrarse en hacer un informe de trabajo, luego podemos seguir jugando), impedir que dañe a otros o que irrespete el derecho de otros (no pegamos a los demás ni tomamos sus pertenencias sin permiso), y si es necesario hacerlo con firmeza pero al mismo tiempo con amabilidad, también constituye una faceta indispensable de la crianza  respetuosa.  
Aquí aprovecho para insistir en que actuar con firmeza cuando es necesario, no significa usar la violencia. Aunque nadie nos enseñó cómo hacerlo,  a pesar de que no tengamos referentes, podemos aprender a ser firmes y al mismo tiempo amables. Tal vez para comprenderlo y llevarlo a la práctica de un modo equilibrado, genuino y sostenible, necesitemos primero revisar nuestras propias historias infantiles afectadas por los estragos de la crianza coercitiva, que ahora desde el rol de padres, reeditamos inconscientemente situándonos en los extremos de la culpa, el miedo y la sumisión o del autoritarismo, la ira y la imposición. Organizados así, indefectiblemente habrá caldo de cultivo para que surja un abusador y un abusado.  Y esto no es lo que queremos para nuestros hijos.

Enlaces relacionados

El conductismo fashion  
Los límites, coordenadas fundamentales, por Violeta Alcocer 
Puntos, estrellitas y caritas sonrientes, por Violeta alcocer
El castigo como perpetuador de un modelo social, por violeta Alcocer 
Poner límites o informar de los límites, por Casilda Rodrigáñez 
Infancia, educación emocional y límites, vía mentelibre.com 

Twitter. @conocemimundo

Sobre el peliagudo tema de los límites y la disciplina




Por un lado, observo  a padres y adultos que atribuyen a la carencia de límites y disciplina, todo desequilibrio o desajuste en el comportamiento o el vínculo con los niños, con lo cual manifiestan la demanda voraz de imponerlos en la crianza, la mayoría de las veces de forma arbitraria y violenta. Del otro lado observo a padres y adultos a la defensiva con reacciones casi alérgicas frente a la palabra disciplina o límites. En ambos casos,  aunque ubicados desde extremos contrarios, nos encontramos frente a la discapacidad para registrar que educar en la comprensión y respeto de límites y disciplina no equivale necesariamente al uso de violencia.  Evidentemente se trata de una situación de desequilibrio que, como siempre, termina por afectar a nuestros peques.

Dice la autora y terapeuta Laura Gutman que en un territorio emocional, donde únicamente hay espacio para el deseo de uno, hay violencia. Esto por supuesto no aplica para un bebé o niño pequeño –carente de autonomía,  absolutamente vulnerable y dependiente de nuestros cuidados- a quien hay que satisfacer en continuum, de inmediato y sin demoras. Sin embargo, es deseable que el altruismo, la empatía, la cooperación y la reciprocidad comiencen a florecer progresiva y sensatamente en la medida en que el niño adquiere nociones de otredad, es decir, cuando deja de percibirse como un ser único y fusionado con la madre, y logra  reconocerse como un ser distinto capaz de darse cuenta de que hay “un yo y un tú”.
A determinada edad cuando el niño adquiere suficiente autonomía y habilidades tales como expresarse a través del lenguaje, socializar, comprender límites razonables y mantener algunas reglas, considero importante que le apoyemos a fortalecer sus habilidades y adquirir herramientas fundamentales para la convivencia. Nuestra obligación como padres también supone hacerles ver que la libertad de dar rienda suelta en determinados momentos a determinados impulsos o deseos propios, básicamente se termina cuando dañamos a los demás o donde ponemos en riesgo la propia integridad. Esto es lo que yo entiendo como la capacidad de registrar y de respetar los límites connaturales de la vida y de la convivencia. Por lo tanto no se trata de “ponerle límites” a los hijos, sino de ayudarles a reconocerlos y a comprender la importancia de respetarlos. Siempre, claro está, de un modo sensato, adecuado a su capacidad de comprensión y sin violentar el momento madurativo del niño  ni su integridad como persona.
Es importante poner en la balanza el hecho de que los seres humanos no somos puro instinto como el resto de los animales. También hacemos parte de una cultura. Es verdad que en gran medida nos regulamos con el instinto, y es deseable hacerlo, porque respondemos así a lo que dicta sabiamente nuestro diseño evolutivo.  Pero no todo lo que pertenece al instinto resulta necesariamente constructivo en cualquier circunstancia. Es difícil concebir un mundo humanizado cuando agredimos a otros toda vez que nos sentimos amenazados o porque nos parezcan raros o diferentes,  o si orináramos y defecáramos en medio de la calle o en pleno comedor porque sentimos ganas, o cuando tomamos cualquier cosa que deseemos sin la autorización de los propietarios, etc., con el argumento de que lo natural es obedecer nuestros instintos. Y es que las personas, además de desear y necesitar, también somos capaces de razonar, evaluar cuando un  deseo o un impulso es capaz de dañarnos o de dañar a los demás. Por lo tanto estamos en condiciones de regular los propios impulsos a través de la razón. Disponemos del libre albedrío, cualidad que nos define como seres civilizados y de la cual se deriva la ética. 
La psicóloga y directora de “Aula en Familia”,  Violeta Alcocer afirma con lucidez en el post “Los límites Coordenadas Fundamentales” de su blog Atraviesa El Espejo (palabras más palabras menos) que cuando los niños desean, frecuentemente lo hacen pura y desmedidamente y que por tanto la distancia entre los deseos de un niño y la realidad, suele ser grande  (agarrar o desarmar con ávida curiosidad los dispositivos electrónicos  en una tienda de computadoras, subirse a las mesas  de los restaurantes, irse solos al medio de la calle…) A menudo esta distancia puede resolverse con diálogo, con explicaciones, con negociaciones o quizás ofreciendo otras opciones al pequeño. Si es un comportamiento producto de una necesidad legítima no atendida, (hambre, cansancio, mirada y vínculo afectivo) o si se trata de un comportamiento violento por heridas emocionales no sanadas, (celos hacia el nuevo hermanito, experiencias de abandono, desamparo o  maltrato) debería desaparecer una vez que la causa es detectada y atendida. Pero también hay momentos en los que debemos comunicar y demostrar lo que esperamos de nuestro pequeño o pequeña, de un modo claro, firme y al mismo tiempo amable.  Por ejemplo, si después de haber empleado todos los recursos, explicaciones, indagaciones, acuerdos, etc.,  el niño aún se empeña en ir solo hasta el medio de la calle, entonces lo tomamos firmemente de la mano o lo cargamos y le decimos que no.  Sin regañar, sin castigar, sin rogar, ni suplicar. Simplemente actuamos con firmeza pero sin ser violentos. Lo mismo si el pequeño golpea o hace daño a otras personas, adultos o niños. Sencillamente no lo permitimos. En casos así, podemos contenerlo físicamente con nuestro cuerpo hasta que se calme. Cuando sistemáticamente, toda vez que entramos a una tienda, nuestro niño comienza a echar mano,  desordenar y tirar lo que encuentra por delante o atropellar a los demás, sencillamente no lo dejamos. Sin amenazar y sin gritar. No lo permitimos y punto, al igual que no le permitiríamos tomarse una botella de detergente aunque se empeñe en hacerlo.  
Hay reglas y límites con los que podemos ser flexibles. Por ejemplo, un día podemos irnos a la cama sin bañarnos o cepillarnos los dientes y no pasa nada. Hay otros que no se negocian, como agredir a las personas, o permitir al niño que se tome la botella de cloro porque se empeñó. Pero en ningún caso necesitamos castigar, ni pegar, ni gritar a los niños para ayudarlos a tomar conciencia sobre los dichosos límites. Tampoco existen fórmulas, ni recetas, ni un listado estandarizado de límites  en cuyo marco educar a los pequeños. Cada familia constituye una identidad particular con sus propias costumbres y cultura de lo cual se desprende un conjunto de valores y reglas de convivencia. En todo caso lo que queremos lograr es que el niño desarrolle el genuino deseo de cooperar sin la amenaza de castigos o  estímulos como premios o recompensas. Es decir, que nuestro hijo o hija consiga auto-regularse, que no dependa de la vigilancia constante a sus espaldas. Que se convierta en guardián de sí mismo, que oriente su vida a partir de la ética y de los valores que ha decidido conscientemente incorporar en su bagaje intelectual y emocional. Es así como se forman personas que estudian no para obtener notas sino par aprender, que trabajan no sólo por dinero sino por el placer de realizar una tarea gratificante o para contribuir con el bien colectivo, personas que con o sin policías y amenazas de multas, respetan la luz roja del semáforo o se abstienen de poner música a todo volumen porque entienden que su derecho a escuchar la música que les gusta,  se termina donde comienza el derecho de los demás a una vida libre de contaminación sónica... Es así como se forman seres humanos capacitados para darse cuenta de que integran un sistema en el que cada individuo constituye una unidad estrechamente vinculada al resto de los componentes (desde el más próximo al más lejano) de este vasto entramado que constituye una familia, un país, un planeta y que cada uno de nuestros actos afecta al conjunto y también se revierte hacia nosotros.
Otro aspecto a destacar sobre este peliagudo y empastelado tema, es la capacidad  para comunicar apropiadamente lo que esperamos del otro. Así como los padres estamos dispuestos incondicionalmente a respetar a nuestros hijos, a acompañarlos y adaptarnos a sus necesidades, llegado un momento de su desarrollo  evolutivo, es deseable mostrarles que, en ocasiones, los demás también necesitan y esperan ser acompañados y complacidos.  Por ejemplo, si el niño está aburrido y quiere jugar con nosotros, podemos dejar nuestra tarea para ir a jugar con él, explicándole que luego de un tiempo debemos regresar a la tarea pendiente y que esperamos que nos permita realizarla, transando así, por “un ratito tú y otro ratito yo”.
El problema surge cuando los adultos no sabemos reconocer, nombrar, por tanto explicar y pedir asertivamente a nuestros hijos, lo que necesitamos de ellos. Tal vez porque nadie nos permitió reconocer y pedir de un modo transparente lo que necesitamos durante nuestra propia infancia plagada de tratos autoritarios, exigencias desmedidas y descalificaciones constantes hacia nuestras necesidades legítimas.  Así las cosas,  los elementos quedan servidos para que  padres y madres, incluidos los que decidimos apostar por la crianza respetuosa  o  intentamos practicarla,  seamos susceptibles de atravesar los linderos hacia el tan denigrado  “exceso de permisividad”.  Me refiero a los casos de niños que se violentan, patean, gritan y golpean a sus padres o a otros si no se les complace de inmediato, en todo momento y sin tregua. Niños que sistemáticamente desconocen y se niegan a dar cabida al deseo de otros.  Niños que luego llamamos tiranos.
Pero la responsabilidad es de nosotros los adultos que al no saber cómo pedir lo que esperamos, impedimos que el niño reconozca e interiorice los límites razonables así como su propia capacidad de cooperación, altruismo y reciprocidad. Según mi criterio, esto resulta nefasto para nuestro hijo a quien le saboteamos las habilidades para negociar, acordar y fluir en el entorno compartido con otros.  Aclaremos que no hablo de adaptar a los niños  a un orden social injusto con demandas desmedidas, pero tampoco se trata de saltar hacia el extremo de “desadaptarlos” del mundo donde necesariamente tienen que desarrollar habilidades de convivencia. Se trata de apostar por el equilibrio entre dar y recibir, ser flexibles y ser firmes.  Como los equilibristas quienes oscilan a ratos hacia la derecha y luego hacia la izquierda, para sortear la gravedad y mantenerse caminando.
Comunicar al niño lo que sentimos sin menoscabar a la persona (“me canso mucho cuando tengo que recoger todo el desorden en la sala” en lugar de “eres un desordenado”), enseñarles a reconocer nuestras necesidades y lo que esperamos de ellos (hemos jugado juntos toda la tarde, ahora mamá necesita concentrarse en hacer un informe de trabajo, luego podemos seguir jugando), impedir que dañe a otros o que irrespete el derecho de otros (no pegamos a los demás ni tomamos sus pertenencias sin permiso), y si es necesario hacerlo con firmeza pero al mismo tiempo con amabilidad, también constituye una faceta indispensable de la crianza  respetuosa.  
Aquí aprovecho para insistir en que actuar con firmeza cuando es necesario, no significa usar la violencia. Aunque nadie nos enseñó cómo hacerlo,  a pesar de que no tengamos referentes, podemos aprender a ser firmes y al mismo tiempo amables. Tal vez para comprenderlo y llevarlo a la práctica de un modo equilibrado, genuino y sostenible, necesitemos primero revisar nuestras propias historias infantiles afectadas por los estragos de la crianza coercitiva, que ahora desde el rol de padres, reeditamos inconscientemente situándonos en los extremos de la culpa, el miedo y la sumisión o del autoritarismo, la ira y la imposición. Organizados así, indefectiblemente habrá caldo de cultivo para que surja un abusador y un abusado.  Y esto no es lo que queremos para nuestros hijos.

Enlaces relacionados

El conductismo fashion  
Los límites, coordenadas fundamentales, por Violeta Alcocer 
Puntos, estrellitas y caritas sonrientes, por Violeta alcocer
El castigo como perpetuador de un modelo social, por violeta Alcocer 
Poner límites o informar de los límites, por Casilda Rodrigáñez 
Infancia, educación emocional y límites, vía mentelibre.com 

Twitter. @conocemimundo

Sobre el peliagudo tema de los límites y la disciplina




Por un lado, observo  a padres y adultos que atribuyen a la carencia de límites y disciplina, todo desequilibrio o desajuste en el comportamiento o el vínculo con los niños, con lo cual manifiestan la demanda voraz de imponerlos en la crianza, la mayoría de las veces de forma arbitraria y violenta. Del otro lado observo a padres y adultos a la defensiva con reacciones casi alérgicas frente a la palabra disciplina o límites. En ambos casos,  aunque ubicados desde extremos contrarios, nos encontramos frente a la discapacidad para registrar que educar en la comprensión y respeto de límites y disciplina no equivale necesariamente al uso de violencia.  Evidentemente se trata de una situación de desequilibrio que, como siempre, termina por afectar a nuestros peques.

Dice la autora y terapeuta Laura Gutman que en un territorio emocional, donde únicamente hay espacio para el deseo de uno, hay violencia. Esto por supuesto no aplica para un bebé o niño pequeño –carente de autonomía,  absolutamente vulnerable y dependiente de nuestros cuidados- a quien hay que satisfacer en continuum, de inmediato y sin demoras. Sin embargo, es deseable que el altruismo, la empatía, la cooperación y la reciprocidad comiencen a florecer progresiva y sensatamente en la medida en que el niño adquiere nociones de otredad, es decir, cuando deja de percibirse como un ser único y fusionado con la madre, y logra  reconocerse como un ser distinto capaz de darse cuenta de que hay “un yo y un tú”.
A determinada edad cuando el niño adquiere suficiente autonomía y habilidades tales como expresarse a través del lenguaje, socializar, comprender límites razonables y mantener algunas reglas, considero importante que le apoyemos a fortalecer sus habilidades y adquirir herramientas fundamentales para la convivencia. Nuestra obligación como padres también supone hacerles ver que la libertad de dar rienda suelta en determinados momentos a determinados impulsos o deseos propios, básicamente se termina cuando dañamos a los demás o donde ponemos en riesgo la propia integridad. Esto es lo que yo entiendo como la capacidad de registrar y de respetar los límites connaturales de la vida y de la convivencia. Por lo tanto no se trata de “ponerle límites” a los hijos, sino de ayudarles a reconocerlos y a comprender la importancia de respetarlos. Siempre, claro está, de un modo sensato, adecuado a su capacidad de comprensión y sin violentar el momento madurativo del niño  ni su integridad como persona.
Es importante poner en la balanza el hecho de que los seres humanos no somos puro instinto como el resto de los animales. También hacemos parte de una cultura. Es verdad que en gran medida nos regulamos con el instinto, y es deseable hacerlo, porque respondemos así a lo que dicta sabiamente nuestro diseño evolutivo.  Pero no todo lo que pertenece al instinto resulta necesariamente constructivo en cualquier circunstancia. Es difícil concebir un mundo humanizado cuando agredimos a otros toda vez que nos sentimos amenazados o porque nos parezcan raros o diferentes,  o si orináramos y defecáramos en medio de la calle o en pleno comedor porque sentimos ganas, o cuando tomamos cualquier cosa que deseemos sin la autorización de los propietarios, etc., con el argumento de que lo natural es obedecer nuestros instintos. Y es que las personas, además de desear y necesitar, también somos capaces de razonar, evaluar cuando un  deseo o un impulso es capaz de dañarnos o de dañar a los demás. Por lo tanto estamos en condiciones de regular los propios impulsos a través de la razón. Disponemos del libre albedrío, cualidad que nos define como seres civilizados y de la cual se deriva la ética. 
La psicóloga y directora de “Aula en Familia”,  Violeta Alcocer afirma con lucidez en el post “Los límites Coordenadas Fundamentales” de su blog Atraviesa El Espejo (palabras más palabras menos) que cuando los niños desean, frecuentemente lo hacen pura y desmedidamente y que por tanto la distancia entre los deseos de un niño y la realidad, suele ser grande  (agarrar o desarmar con ávida curiosidad los dispositivos electrónicos  en una tienda de computadoras, subirse a las mesas  de los restaurantes, irse solos al medio de la calle…) A menudo esta distancia puede resolverse con diálogo, con explicaciones, con negociaciones o quizás ofreciendo otras opciones al pequeño. Si es un comportamiento producto de una necesidad legítima no atendida, (hambre, cansancio, mirada y vínculo afectivo) o si se trata de un comportamiento violento por heridas emocionales no sanadas, (celos hacia el nuevo hermanito, experiencias de abandono, desamparo o  maltrato) debería desaparecer una vez que la causa es detectada y atendida. Pero también hay momentos en los que debemos comunicar y demostrar lo que esperamos de nuestro pequeño o pequeña, de un modo claro, firme y al mismo tiempo amable.  Por ejemplo, si después de haber empleado todos los recursos, explicaciones, indagaciones, acuerdos, etc.,  el niño aún se empeña en ir solo hasta el medio de la calle, entonces lo tomamos firmemente de la mano o lo cargamos y le decimos que no.  Sin regañar, sin castigar, sin rogar, ni suplicar. Simplemente actuamos con firmeza pero sin ser violentos. Lo mismo si el pequeño golpea o hace daño a otras personas, adultos o niños. Sencillamente no lo permitimos. En casos así, podemos contenerlo físicamente con nuestro cuerpo hasta que se calme. Cuando sistemáticamente, toda vez que entramos a una tienda, nuestro niño comienza a echar mano,  desordenar y tirar lo que encuentra por delante o atropellar a los demás, sencillamente no lo dejamos. Sin amenazar y sin gritar. No lo permitimos y punto, al igual que no le permitiríamos tomarse una botella de detergente aunque se empeñe en hacerlo.  
Hay reglas y límites con los que podemos ser flexibles. Por ejemplo, un día podemos irnos a la cama sin bañarnos o cepillarnos los dientes y no pasa nada. Hay otros que no se negocian, como agredir a las personas, o permitir al niño que se tome la botella de cloro porque se empeñó. Pero en ningún caso necesitamos castigar, ni pegar, ni gritar a los niños para ayudarlos a tomar conciencia sobre los dichosos límites.Tampoco existen fórmulas, ni recetas, ni un listado estandarizado de límites  en cuyo marco educar a los pequeños. Cada familia constituye una identidad particular con sus propias costumbres y cultura de lo cual se desprende un conjunto de valores y reglas de convivencia. En todo caso lo que queremos lograr es que el niño desarrolle el genuino deseo de cooperar sin la amenaza de castigos o  estímulos como premios o recompensas. Es decir, que nuestro hijo o hija consiga auto-regularse, que no dependa de la vigilancia constante a sus espaldas. Que se convierta en guardián de sí mismo, que oriente su vida a partir de la ética y de los valores que ha decidido conscientemente incorporar en su bagaje intelectual y emocional. Es así como se forman personas que estudian no para obtener notas sino par aprender, que trabajan no sólo por dinero sino por el placer de realizar una tarea gratificante o para contribuir con el bien colectivo, personas que con o sin policías y amenazas de multas, respetan la luz roja del semáforo o se abstienen de poner música a todo volumen porque entienden que su derecho a escuchar la música que les gusta,  se termina donde comienza el derecho de los demás a una vida libre de contaminación sónica... Es así como se forman seres humanos capacitados para darse cuenta de que integran un sistema en el que cada individuo constituye una unidad estrechamente vinculada al resto de los componentes (desde el más próximo al más lejano) de este vasto entramado que constituye una familia, un país, un planeta y que cada uno de nuestros actos afecta al conjunto y también se revierte hacia nosotros.
Otro aspecto a destacar sobre este peliagudo y empastelado tema, es la capacidad  para comunicar apropiadamente lo que esperamos del otro. Así como los padres estamos dispuestos incondicionalmente a respetar a nuestros hijos, a acompañarlos y adaptarnos a sus necesidades, llegado un momento de su desarrollo  evolutivo, es deseable mostrarles que, en ocasiones, los demás también necesitan y esperan ser acompañados y complacidos.  Por ejemplo, si el niño está aburrido y quiere jugar con nosotros, podemos dejar nuestra tarea para ir a jugar con él, explicándole que luego de un tiempo debemos regresar a la tarea pendiente y que esperamos que nos permita realizarla, transando así, por “un ratito tú y otro ratito yo”.
El problema surge cuando los adultos no sabemos reconocer, nombrar, por tanto explicar y pedir asertivamente a nuestros hijos, lo que necesitamos de ellos. Tal vez porque nadie nos permitió reconocer y pedir de un modo transparente lo que necesitamos durante nuestra propia infancia plagada de tratos autoritarios, exigencias desmedidas y descalificaciones constantes hacia nuestras necesidades legítimas.  Así las cosas,  los elementos quedan servidos para que  padres y madres, incluidos los que decidimos apostar por la crianza respetuosa  o  intentamos practicarla,  seamos susceptibles de atravesar los linderos hacia el tan denigrado  “exceso de permisividad”.  Me refiero a los casos de niños que se violentan, patean, gritan y golpean a sus padres o a otros si no se les complace de inmediato, en todo momento y sin tregua. Niños que sistemáticamente desconocen y se niegan a dar cabida al deseo de otros.  Niños que luego llamamos tiranos.
Pero la responsabilidad es de nosotros los adultos que al no saber cómo pedir lo que esperamos, impedimos que el niño reconozca e interiorice los límites razonables así como su propia capacidad de cooperación, altruismo y reciprocidad. Según mi criterio, esto resulta nefasto para nuestro hijo a quien le saboteamos las habilidades para negociar, acordar y fluir en el entorno compartido con otros.  Aclaremos que no hablo de adaptar a los niños  a un orden social injusto con demandas desmedidas, pero tampoco se trata de saltar hacia el extremo de “desadaptarlos” del mundo donde necesariamente tienen que desarrollar habilidades de convivencia. Se trata de apostar por el equilibrio entre dar y recibir, ser flexibles y ser firmes.  Como los equilibristas quienes oscilan a ratos hacia la derecha y luego hacia la izquierda, para sortear la gravedad y mantenerse caminando.
Comunicar al niño lo que sentimos sin menoscabar a la persona (“me canso mucho cuando tengo que recoger todo el desorden en la sala” en lugar de “eres un desordenado”), enseñarles a reconocer nuestras necesidades y lo que esperamos de ellos (hemos jugado juntos toda la tarde, ahora mamá necesita concentrarse en hacer un informe de trabajo, luego podemos seguir jugando), impedir que dañe a otros o que irrespete el derecho de otros (no pegamos a los demás ni tomamos sus pertenencias sin permiso), y si es necesario hacerlo con firmeza pero al mismo tiempo con amabilidad, también constituye una faceta indispensable de la crianza  respetuosa.  
Aquí aprovecho para insistir en que actuar con firmeza cuando es necesario, no significa usar la violencia. Aunque nadie nos enseñó cómo hacerlo,  a pesar de que no tengamos referentes, podemos aprender a ser firmes y al mismo tiempo amables. Tal vez para comprenderlo y llevarlo a la práctica de un modo equilibrado, genuino y sostenible, necesitemos primero revisar nuestras propias historias infantiles afectadas por los estragos de la crianza coercitiva, que ahora desde el rol de padres, reeditamos inconscientemente situándonos en los extremos de la culpa, el miedo y la sumisión o del autoritarismo, la ira y la imposición. Organizados así, indefectiblemente habrá caldo de cultivo para que surja un abusador y un abusado.  Y esto no es lo que queremos para nuestros hijos.

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Los límites, coordenadas fundamentales, por Violeta Alcocer 
Puntos, estrellitas y caritas sonrientes, por Violeta alcocer
El castigo como perpetuador de un modelo social, por violeta Alcocer 
Poner límites o informar de los límites, por Casilda Rodrigáñez 
Infancia, educación emocional y límites, vía mentelibre.com