miércoles, 13 de noviembre de 2013

Liberemos a los hijos de nuestros conflictos de pareja



Para un niño tener dos hogares puede ser como 
tener dos nacionalidades: resulta ventajoso 
salvo que los países  entren en guerra.
 Álvaro Cabo Rivas.

No hay que hacer grandes esfuerzos para darnos cuenta de que el modelo tradicional de familia constituido por  una pareja vitalicia con hijos biológicos, hace tiempo dejó de ser el único deseable o aprobado socialmente,  para dar paso a la diversidad de estructuras  familiares, siendo una de las más comunes, las familias ensambladas.

A menudo las parejas con hijos atraviesan rupturas o separaciones (según sea el caso, signadas por conflictividad o acuerdos) y luego establecen vínculos con nuevas parejas. Con todas las emociones de pérdida y de duelo que estas experiencias entrañan, así como los cambios y reorganización de vida que implican, muchos son los estragos que podríamos evitar a la hora de tomar decisiones o acciones que afectan a los hijos propios o ajenos.
Desde un enfoque consciente y respetuoso de crianza, me parece que algunos  puntos a tomar en cuenta frente a conflictos de pareja, separaciones o relaciones entre los miembros de  familias ensambladas son:

  • Que nadie use a los hijos como rehenes en los conflictos de pareja. Los hijos no tienen por qué atrincherarse a favor o en contra de ninguna de las partes. Los hijos necesitan sentirse amados y aceptados por sus progenitores y/o pareja actual, necesitan tener la libertad de amarlos y aceptarlos sin sentirse culpables o sentir que traicionan a alguien. Los hijos necesitan disponibilidad incondicional de ingreso al territorio emocional de sus progenitores aún cuando estos se encuentren divorciados, solos, solas, emparejados o emparejadas otra vez , así como formando nuevas familias.
  • Cuando incorporamos cotidianamente en nuestras vidas la transparencia y la honestidad,  el vínculo con una nueva pareja y los hijos se va construyendo al mismo tiempo, naturalmente, sin secretos, sin necesidad de ocultar la realidad. Por tanto la entrada de la nueva pareja a la vida de los hijos también sucede de un modo transparente y natural.  
  • Nuestra rabia, celos, resentimientos, dolor no es lo más importante o, en todo caso, se trata de un asunto que debemos resolver sin implicar a los hijos propios o ajenos. Lo que realmente debe importarnos es que los hijos se sientan amados, respetados y acogidos por su progenitor y la nueva pareja de éste o ésta. 
  • Cuando somos adultos maduros, realmente capaces de amar, también somos capaces de proteger, acompañar y cuidar a los hijos de nuestra pareja.
  • Al vincularnos con una nueva pareja es prioritario incorporar  a los hijos propios o ajenos tomando en cuenta sus deseos y opiniones en las decisiones de vida que este nuevo vínculo trae. 
  • Mantengamos presente que al iniciar una nueva relación de pareja, los lazos no se limitan a dos personas sino que por añadidura se establecen con nuestros  hijos, expareja, familia consanguínea o política y nuestra nueva pareja o viceversa.  Con lo cual resulta indispensable mantenernos disponibles para llegar a acuerdos a favor de cultivar relaciones respetuosas. 

martes, 5 de noviembre de 2013

Está bien equivocarse


La última vez que chequeé seguía siendo humano y es de humanos equivocarse. 
Adagio popular.


En su libro “El viaje al poder de la mente”, el divulgador científico Eduard Punset dice,  “Se nos repite desde  pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero ¿cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado?" …   Y cómo podría ser de otro modo, cuando nuestra educación en general se basa sobre la estigmatización y la penalización del error o en la premiación de los aciertos entendidos como conductas socialmente esperadas. De esta manera hemos terminado por llamar educación a meros procesos de adiestramiento basados en la obediencia ciega, a un sistema de huecas y superficiales transacciones (te doy o te quito según te comportes), con lo cual no contribuimos a asimilar conscientemente la experiencia.  Esto es más o menos lo que hacemos a diario, en la mayoría de los casos,  durante la crianza de nuestros hijos.

En este orden de ideas me vino a la mente cierto papá genuinamente preocupado  que se me acercó para relatarme un evento ocurrido durante una fiesta infantil. Con el interés de aclarar si hacía bien o no al usar recursos punitivos (castigo-premio) para lograr que su hijo de cinco años incorporara valores positivos, me contó lo siguiente.  Resultó que en un momento dado, su hijo se sintió  atraído por el globo de otro pequeño de dos años que estaba en la misma fiesta. Entonces se acercó, lo apretó y lo reventó. Como era de esperarse el pequeño de dos años rompió a llorar de susto y desilusión por haber perdido su hermoso y divertido globo a manos de otro niño arrebatado por el impulso. Frente a este escenario, y con la mejor intención de educar, el papá obligó a su hijo a acercarse a la “víctima”, disculparse y entregarle su propio globo en compensación (“para que le doliera y aprendiera la lección”). El hijo terminó muy molesto y humillado, el papá muy incómodo, y todos desaprovecharon así una gran oportunidad de aprendizaje a partir de los errores acaecidos durante la experiencia, sea dicho de paso, muy común en las fiestas infantiles…

¿Qué tal si rebobinamos la historia para darle un curso diferente? ¿Qué tal si tras la arremetida del niño de cinco años  contra el globo del niño de dos  años, abrimos un espacio de reflexión para indagar qué pasó, qué lo llevó a hacer lo que hizo, por qué, para qué? Probablemente estaba muy excitado por el consumo de tanta azúcar contenida en gaseosas y dulces. Probablemente estaba molesto, cansado, aburrido. Quizás intentó decírnoslo varias veces a su manera sin lograr entrar en nuestro radar (un error o conducta equivocada por parte del niño puede servir de señal para que detectemos  necesidades desatendidas o aproximaciones desequilibradas hacia él) O simplemente le resultó llamativo aquel globo que lo invitaba a explorar movimientos y sensaciones… ¿Qué tal si comenzamos por escucharlo y responderle desde la empatía diciendo, por ejemplo, “entendemos que el globo luzca atractivo y reventarlo ciertamente es muy divertido, pero debemos tomar en cuenta que no siempre lo que nos provoca hacer es bueno para los demás, por otra parte es deseable intentar ponernos en el lugar del otro antes de actuar y pensar un poco si nos gustaría que nos hicieran lo mismo”, etc.?   Si a estas alturas hemos logrado establecer una comunicación empática,  probablemente el niño quiera entregar de motu propio su globo (los niños al contrario de lo que creemos son seres muy generosos), y si no, ¿qué tal si en lugar de obligarlo “para que le duela más y aprenda”,  le proponemos buscar juntos otro globo disponible en la misma fiesta para compensar al pequeño de dos años, llevárselo y disculparnos?  De esta manera evitamos que nuestro hijo se sienta humillado, con miedo o con resentimiento fruto de castigos psicológicos, por tanto estaría en mejor disposición para asumir su responsabilidad desde el genuino deseo de cooperar a partir de la conciencia y la empatía, constatando que es de humanos equivocarse y que los errores son estupendas oportunidades de aprendizaje y crecimiento.

Twitter. @conocemimundo