miércoles, 26 de junio de 2013

Dime qué estilo de crianza practicas y te diré qué adolescente tendrás



Durante el ejercicio de la crianza, los padres andamos más preocupados por disciplinar, imponer autoridad y obediencia ciega, que de informar, negociar y comunicarnos respetuosamente con los hijos. Perdemos de vista que el hogar no es un cuartel. Olvidamos que el hogar es un útero amoroso y nutricio en el cual estamos formando a los seres humanos que luego echaremos al mundo.
Sí. Hay que admitir que no es posible complacer a nuestros hijos en todo lo que piden. Cuando quieren lanzar macetas por el balcón o jugar con el cuchillo carnicero, tenemos que evitarlo. Preferiblemente informando, explicando y ofreciendo otras alternativas posibles, en lugar del no rotundo. Pero la batalla de deseos entre padres e hijos se hace cotidiana y agotadora, no por excepciones en las que no podemos complacerlos, si no frente a pedidos habituales e inocuos como, por ejemplo, elegir la ropa que quieren usar.  ¿Qué importa que vayan “disfrazados”, si están ejercitando el desarrollo de su libre personalidad siempre enmarcado dentro del respeto a ellos mismos, a los demás y a las leyes?.

Los padres ordenamos, gritamos y todavía, en pleno siglo XXI, incluso pegamos para que nuestros pequeños hagan lo que esperamos, porque partimos del principio de que “niño no sabe lo que le conviene”. Sólo por el hecho de ser niños, desestimamos sistemáticamente sus capacidades de comprender, elegir, opinar, sentir… El error es pensar que de ese modo estamos educando.

Llegada la adolescencia, las nefastas consecuencias de los métodos directivos y represivos de crianza, encuentran el momento propicio para descubrirse ante los ojos de la sociedad. El grado de conflictividad que percibimos en el adolescente es directamente proporcional al estilo de crianza que practicamos en casa. Pero la relación es contraria a lo que la mayoría tiende a creer. No son menos problemáticos los adolescentes que de niños se criaron con “nalgadas a tiempo”, estricta disciplina y rigurosa autoridad. En cambio, si hemos criado con abundante amor, democracia, flexibilidad, respeto y no violencia, el adolescente no necesitará rebelarse destructivamente. La disciplina no punitiva, la erradicación del castigo físico y humillante, enseña a los hijos a respetar sus propios cuerpos, a no dañarse con consumo de substancias o prácticas violentas. Un pequeño que ha sido consolado, amado, mirado, abrazado, atendido y complacido sin reparos en todas sus necesidades legítimas, llegado el momento de medir el río por sus propios pies, estará preparado para ser independiente y convertirse en guardián de sí mismo. Sabrá autorregularse. Reconocerá la diferencia entre desafíos sanos y riesgos perniciosos.  

A lo largo de la infancia, el buen trato, el acuerdo y el diálogo, son fundamentales para una crianza no violenta, pero llegada la adolescencia no hay otra vía posible si queremos que nuestro hogar no se convierta en un auténtico infierno.  De modo que resulta mucho más eficiente comenzar desde el principio, desde que los hijos son pequeños. Y esto hay que aprender a hacerlo porque casi todos los padres venimos de hogares donde los recursos propios del enfoque flexible y democrático de crianza no fueron los que usaron nuestros progenitores con nosotros.   
El trato que hoy estamos prodigando a nuestros hijos constituye el referente por excelencia que están incorporando en su propio bagaje emocional y ético, y que luego replicarán en el mundo. 
 
 

martes, 25 de junio de 2013

Dime qué estilo de crianza practicas y te diré qué adolescente tendrás



Durante el ejercicio de la crianza, los padres andamos más preocupados por disciplinar, imponer autoridad y obediencia ciega, que de informar, negociar y comunicarnos respetuosamente con los hijos. Perdemos de vista que el hogar no es un cuartel. Olvidamos que el hogar es un útero amoroso y nutricio en el cual estamos formando a los seres humanos que luego echaremos al mundo.
Sí. Hay que admitir que no es posible complacer a nuestros hijos en todo lo que piden. Cuando quieren lanzar macetas por el balcón o jugar con el cuchillo carnicero, tenemos que evitarlo. Preferiblemente informando, explicando y ofreciendo otras alternativas posibles, en lugar del no rotundo. Pero la batalla de deseos entre padres e hijos se hace cotidiana y agotadora, no por excepciones en las que no podemos complacerlos, si no frente a pedidos habituales e inocuos como, por ejemplo, elegir la ropa que quieren usar.  ¿Qué importa que vayan “disfrazados”, si están ejercitando el desarrollo de su libre personalidad siempre enmarcado dentro del respeto a ellos mismos, a los demás y a las leyes?.

Los padres ordenamos, gritamos y todavía, en pleno siglo XXI, incluso pegamos para que nuestros pequeños hagan lo que esperamos, porque partimos del principio de que “niño no sabe lo que le conviene”. Sólo por el hecho de ser niños, desestimamos sistemáticamente sus capacidades de comprender, elegir, opinar, sentir… El error es pensar que de ese modo estamos educando.

Llegada la adolescencia, las nefastas consecuencias de los métodos directivos y represivos de crianza, encuentran el momento propicio para descubrirse ante los ojos de la sociedad. El grado de conflictividad que percibimos en el adolescente es directamente proporcional al estilo de crianza que practicamos en casa. Pero la relación es contraria a lo que la mayoría tiende a creer. No son menos problemáticos los adolescentes que de niños se criaron con “nalgadas a tiempo”, estricta disciplina y rigurosa autoridad. En cambio, si hemos criado con abundante amor, democracia, flexibilidad, respeto y no violencia, el adolescente no necesitará rebelarse destructivamente. La disciplina no punitiva, la erradicación del castigo físico y humillante, enseña a los hijos a respetar sus propios cuerpos, a no dañarse con consumo de substancias o prácticas violentas. Un pequeño que ha sido consolado, amado, mirado, abrazado, atendido y complacido sin reparos en todas sus necesidades legítimas, llegado el momento de medir el río por sus propios pies, estará preparado para ser independiente y convertirse en guardián de sí mismo. Sabrá autorregularse. Reconocerá la diferencia entre desafíos sanos y riesgos perniciosos.  

A lo largo de la infancia, el buen trato, el acuerdo y el diálogo, son fundamentales para una crianza no violenta, pero llegada la adolescencia no hay otra vía posible si queremos que nuestro hogar no se convierta en un auténtico infierno.  De modo que resulta mucho más eficiente comenzar desde el principio, desde que los hijos son pequeños. Y esto hay que aprender a hacerlo porque casi todos los padres venimos de hogares donde los recursos propios del enfoque flexible y democrático de crianza no fueron los que usaron nuestros progenitores con nosotros.   
El trato que hoy estamos prodigando a nuestros hijos constituye el referente por excelencia que están incorporando en su propio bagaje emocional y ético, y que luego replicarán en el mundo. 
 
 

miércoles, 19 de junio de 2013

¡Horror! mi hija ya tiene novio

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 Porque a la conciencia se la puede engañar diciendo que lo bueno es malo y viceversa; pero el mundo visceral es todopoderoso, y es ciego y sordo frente a las mentiras, y no le pueden engañar ni arrebatar su sabiduría filogenética.  Casilda Rodrigañez Bustos


Soy  miembro vitalicio del club de los políticamente incorrectos, lamento si piso callos Me veo en la necesidad de usar este aviso con frecuencia, fruto de las reacciones que provoca la orientación poco convencional con que abordo los temas de crianza. Ni hablar cuando toca reflexionar sobre castigo físico y psicológico o cuando toca zambullirse en el espinoso asunto de la llegada de la adolescencia y el despertar sexual. Sobre todo de las muchachas más que de los muchachos. No recuerdo hasta ahora a un progenitor expresando su preocupación en relación al inicio de noviazgos de un hijo adolescente con otras chicas, al contrario, se preocupan si no lo hacen. En cambio oigo y veo a muchos  papás y mamás altamente preocupados cuando sus hijas comienzan a tener novios. Frente a los robustos condicionamientos religiosos y culturales patriarcales causantes de tales prejuicios, es inevitable que salten resortes cuando manifiesto mis opiniones. En ocasiones ha faltado poco para  que una mamá enardecida sacara un crucifijo con agua bendita como para espantarme, por decir lo menos. Entonces, automáticamente se me viene a la memoria  mi propia adolescencia y la de mis hijas,  y pienso que en lugar de sacar la cruz y echar agua bendita, sería mucho más eficiente relajarnos y estar dispuestos a preguntarnos ¿por qué el despertar sexual de una hija adolescente nos escandaliza y altera tanto? ¿por qué se hace tan difícil que padres y madres asimilemos como un proceso evolutivo natural el despertar sexual, sobre todo de las hijas?.


Así como a un bebé le brotan los dientes llegado el momento de comer alimentos sólidos, en la adolescencia brotan las hormonas para reproducirnos,  y esto ha sucedido desde siempre y por igual tanto a varones como a mujeres. No importa los esfuerzos de la cultura patriarcal y sus infinitos métodos represivos para desconectarnos de dichas pulsiones, estas no van a desaparecer. Se trata de un dictamen filogenético cuya negación, inevitablemente, conducirá a que se pervierta en la sombra y luego se manifieste amplificada y empeorada. Verbigracia embarazos no deseados, disfunciones o perversiones sexuales y paremos de contar.  Por otra parte, en este período evolutivo donde transitamos el último tramo de la niñez hacia la adultez, necesitamos regularnos con nuestros pares adolescentes para consolidar la  distancia respecto a la dependencia con los progenitores.  Hablamos de pulsiones todopoderosas, como señala Casilda Rodrigáñez. De manera que el momento de iniciarse sexualmente ni se detiene, ni se retrasa con represiones, ni prohibiciones, ni amenazas, ni sermones, ni persecuciones.


Recuerdo a un papá que prohibió  a su hija de quince  años la visita  de amigos y en especial de novios dentro de la casa. Para asegurarse de que respetara la orden instaló cámaras, con lo cual descubrió lo inevitable: que su hija, una chica muy tranquila y obediente,  lo había desobedecido para recibir a su primer novio.  Con el mejor propósito, convencido de que actuaba en beneficio de la muchacha, le mostró la evidencia para escarmentarla.  No supe qué pasó después con la joven, pero me lo imagino. No han sido pocas las adolescentes de mi entorno que,  temerosas de recurrir a su madre, en el mejor de los escenarios me han pedido el número de mi ginecólogo para comenzar a cuidarse de embarazos no deseados o de enfermedades de transmisión sexual.  Alguna de estas muchachas con madres que sí que las llevaban regularmente al ginecólogo, pero  con el objeto de asegurarse de que no estuvieran sexualmente activas,   violando su privacidad y su derecho a decidir. 


De nada sirven las buenas intenciones, conocimientos académicos, ni cuánto deseemos prepararnos e informarnos para impartir una educación sexual sana y transparente a nuestros hijos.  Es poco lo que podemos hacer por ellos y ellas, en beneficio de un despliegue consciente de su sexualidad, sin antes revisar los propios prejuicios, mitologías, así como el grado de rigidez y de autoritarismo que hemos internalizado. Ciertamente, y lo digo por experiencia, la adolescencia de nuestros hijos es una excelente oportunidad para expandir la propia conciencia.


Para finalizar, propongo un ejercicio.  Elijamos una pareja (amigo-a, esposo-a) y sentémonos juntos viendo una pared despejada, como si se tratara de una pantalla de cine. Comience uno a narrar y describir al otro, durante treinta minutos,  las escenas de la película de la propia adolescencia. Luego intercambiemos roles. Al concluir, guardemos cinco minutos de silencio sentados, respirando con los ojos cerrados,  conectando con nuestras emociones, permitiéndonos sentir, sin juzgar si hemos hecho bien o hemos hecho mal, sólo sentir... Si somos capaces de entrar en sintonía con el alma de nuestra hija o de nuestro hijo adolescente,   entonces nuestra alma  en esencia llena de sabiduría e incólume a los condicionamientos-  reconocerá y respetará  lo que realmente necesitan durante ese hermoso y transformador período de su desarrollo.


Enlaces relacionados:

Dejémonos guiar por nuestros hijos

Ni doncellas complacientes ni machos súper poderosos 

Mitos y verdades sobre criar varones y mujeres

Patriarcado, represión sexual y partos dolorosos. Por Laura Gutman 

Relacionarnos con los adolescentes, por Laura Gutman

Embarazos adolescentes, por Violeta Alcocer 


Email: conocemimundo@gmail.com  


Twitter. @conocemimundo


FB: Conoce Mi Mundo

¡Horror! mi hija ya tiene novio

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 Porque a la conciencia se la puede engañar diciendo que lo bueno es malo y viceversa; pero el mundo visceral es todopoderoso, y es ciego ysordo frente a las mentiras, y no le pueden engañar ni arrebatar su sabiduría filogenética.  Casilda Rodrigañez Bustos


Soy  miembro vitalicio del club de los políticamente incorrectos, lamento si piso callos Me veo en la necesidad de usar este aviso con frecuencia, fruto de las reacciones que provoca la orientación poco convencional con que abordo los temas de crianza. Ni hablar cuando toca reflexionar sobre castigo físico y psicológico o cuando toca zambullirse en el espinoso asunto de la llegada de la adolescencia y el despertar sexual. Sobre todo de las muchachas más que de los muchachos. No recuerdo hasta ahora a un progenitor expresando su preocupación en relación al inicio de noviazgos de un hijo adolescente con otras chicas, al contrario, se preocupan si no lo hacen. En cambio oigo y veo a muchos  papás y mamás altamente preocupados cuando sus hijas comienzan a tener novios. Frente a los robustos condicionamientos religiosos y culturales patriarcales causantes de tales prejuicios, es inevitable que salten resortes cuando manifiesto mis opiniones. En ocasiones ha faltado poco para  que una mamá enardecida sacara un crucifijo con agua bendita como para espantarme, por decir lo menos. Entonces, automáticamente se me viene a la memoria  mi propia adolescencia y la de mis hijas,  y pienso que en lugar de sacar la cruz y echar agua bendita, sería mucho más eficiente relajarnos y estar dispuestos a preguntarnos ¿por qué el despertar sexual de una hija adolescente nos escandaliza y altera tanto? ¿por qué se hace tan difícil que padres y madres asimilemos como un proceso evolutivo natural el despertar sexual, sobre todo de las hijas?.


Así como a un bebé le brotan los dientes llegado el momento de comer alimentos sólidos, en la adolescencia brotan las hormonas para reproducirnos,  y esto ha sucedido desde siempre y por igual tanto a varones como a mujeres. No importa los esfuerzos de la cultura patriarcal y sus infinitos métodos represivos para desconectarnos de dichas pulsiones, estas no van a desaparecer. Se trata de un dictamen filogenético cuya negación, inevitablemente, conducirá a que se pervierta en la sombra y luego se manifieste amplificada y empeorada. Verbigracia embarazos no deseados, disfunciones o perversiones sexuales y paremos de contar.  Por otra parte, en este período evolutivo donde transitamos el último tramo de la niñez hacia la adultez, necesitamos regularnos con nuestros pares adolescentes para consolidar la  distancia respecto a la dependencia con los progenitores.  Hablamos de pulsiones todopoderosas, como señala Casilda Rodrigáñez. De manera que el momento de iniciarse sexualmente ni se detiene, ni se retrasa con represiones, ni prohibiciones, ni amenazas, ni sermones, ni persecuciones.


Recuerdo a un papá que prohibió  a su hija de quince  años la visita  de amigos y en especial de novios dentro de la casa. Para asegurarse de que respetara la orden instaló cámaras, con lo cual descubrió lo inevitable: que su hija, una chica muy tranquila y obediente,  lo había desobedecido para recibir a su primer novio.  Con el mejor propósito, convencido de que actuaba en beneficio de la muchacha, le mostró la evidencia para escarmentarla.  No supe qué pasó después con la joven, pero me lo imagino. No han sido pocas las adolescentes de mi entorno que,  temerosas de recurrir a su madre, en el mejor de los escenarios me han pedido el número de mi ginecólogo para comenzar a cuidarse de embarazos no deseados o de enfermedades de transmisión sexual.  Alguna de estas muchachas con madres que sí que las llevaban regularmente al ginecólogo, pero  con el objeto de asegurarse de que no estuvieran sexualmente activas,   violando su privacidad y su derecho a decidir. 


De nada sirven las buenas intenciones, conocimientos académicos, ni cuánto deseemos prepararnos e informarnos para impartir una educación sexual sana y transparente a nuestros hijos.  Es poco lo que podemos hacer por ellos y ellas, en beneficio de un despliegue consciente de su sexualidad, sin antes revisar los propios prejuicios, mitologías, así como el grado de rigidez y de autoritarismo que hemos internalizado. Ciertamente, y lo digo por experiencia, la adolescencia de nuestros hijos es una excelente oportunidad para expandir la propia conciencia.


Para finalizar, propongo un ejercicio.  Elijamos una pareja (amigo-a, esposo-a) y sentémonos juntos viendo una pared despejada, como si se tratara de una pantalla de cine. Comience uno a narrar y describir al otro, durante treinta minutos,  las escenas de la película de la propia adolescencia. Luego intercambiemos roles. Al concluir, guardemos cinco minutos de silencio sentados, respirando con los ojos cerrados,  conectando con nuestras emociones, permitiéndonos sentir, sin juzgar si hemos hecho bien o hemos hecho mal, sólo sentir... Si somos capaces de entrar en sintonía con el alma de nuestra hija o de nuestro hijo adolescente,   entonces nuestra alma  en esencia llena de sabiduría e incólume a los condicionamientos-  reconocerá y respetará  lo que realmente necesitan durante ese hermoso y transformador período de su desarrollo.


Enlaces relacionados:

Dejémonos guiar por nuestros hijos

Ni doncellas complacientes ni machos súper poderosos 

Mitos y verdades sobre criar varones y mujeres

Patriarcado, represión sexual y partos dolorosos. Por Laura Gutman 

Relacionarnos con los adolescentes, por Laura Gutman

Embarazos adolescentes, por Violeta Alcocer 


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miércoles, 12 de junio de 2013

Papá no es prescindible

Por Berna Iskandar

En Venezuela predomina un modelo familiar que el doctor Alejandro Moreno Olmedo, sociólogo e investigador de la familia venezolana, denomina “Familia Matricentrada”, donde el binomio madre-hijo-a es la única relación existente y en la que poco o nada se registra relación de pareja, ni relación padre-hijo-a. El papá, por lo tanto, queda excluido de la vida familiar y esto, según explica el doctor Moreno, se expresa incluso en el modo de hablar. En Venezuela, por ejemplo, no decimos “voy a casa de mis padres”, sino, “voy a casa de mi mamá”, ni nos referimos “al cuarto de mis padres”, sino al “cuarto de mi mamá”. En Venezuela, el día de la madre ocurre en medio de movilizaciones extraordinarias, comparadas con las fiestas navideñas. Del día del padre poco se habla, y poco menos recordamos cuándo se celebra.
En muchos  hogares venezolanos abundan las heridas que afloran con la inminencia de una paternidad ausente o de presencia tangencial y poco significativa dentro de la familia. A lo largo de la vida,  muchas y muchos venezolanos conectarán con el dolor del padre que nunca estuvo. Y no faltará quien intente compensar vacíos -desde la mejor de las intenciones- insuflando coraje a las  mamás solas con el consabido “porque tú has sido padre y madre”, sin que nadie se atreva a admitir que una mamá solamente puede ser mamá, que una mujer, nunca y por más que se esfuerce, podrá ser mamá y papá. Porque el rol del padre es irreemplazable.  Y no se trata de desconocer los enormes esfuerzos de mujeres solas con sus hijos intentando llenar el vacío paterno. De lo que se trata es de dar el lugar que le corresponde al vínculo padre-hijo-a. Negar o restar importancia al dolor o al vacío que provoca la ausencia paterna, no ayuda a ningún hijo a sentirse más amparado ni menos abandonado. Al margen del discurso de la madre, es preciso permitir a los hijos la expresión de su propia y genuina vivencia frente a la ausencia paterna.
Aunque tradicionalmente el rol del padre se reservó a funciones meramente reproductoras o, en el mejor de los casos proveedoras, ha surgido en los últimos años una nueva paternidad: el papá moderno, un padre más activo en la crianza, más comprometido emocionalmente con los hijos, sea que viva o no bajo el mismo techo con ellos. Sin embargo, muchos de estos nuevos papás, además de enfrentar la dificultad de aprender una tarea que nunca les enseñaron a desempeñar, también deben vencer otro escollo: el territorialismo materno que nace de la familia matricentrada. La mujer que ha sido criada y cría en estas familias, aprende que la única manera de empoderarse dentro del ámbito donde ha llevado siempre la batuta, es a través de la relación con los hijos, y sin darse cuenta, en muchos casos (no en todos) se apropia de los hijos contribuyendo a desplazar o anular al padre.
Aclaremos que familia matricentrada y matriarcado no son la misma cosa. Bien lo explica el doctor Moreno cuando subraya que seguimos funcionando en un patriarcado,   donde la mujer es víctima muy frecuente de violencia basada en género. Sin embargo el territorialismo materno existe, y es un tema que aunque golpea sensibilidades y hace saltar resortes,  hay que ponerlo sobre la palestra porque obstaculiza la presencia fértil y protagónica del padre en las familias venezolanas.
Territorialismo materno es descalificar al padre y hacerlo ver como prescindible para los hijos. Territorialismo materno es pensar o decirle al padre: “tú no sabes dar de comer, vestir, higienizar, atender mejor que yo a nuestros hijos”. Territorialismo materno es referirse constantemente al padre en términos que lo descalifican: “Eres igualito a tu papá, irresponsable y mentiroso”, o simplemente no hablar, ningunear e invisibilizar al padre. Territorialismo materno es impedir que el vínculo padre-hijos sobreviva a la separación de la pareja: “Si te divorcias de mí, pierdes a tus hijos”…
Pensemos un poco, ¿cómo aprende a ser papá un hijo varón que no ha tenido un padre presente?, ¿cómo aprende a ser pareja un hijo o una hija que siempre vio a su madre sola, desgastándose en el objetivo imposible de ser madre y padre a la vez?. Si queremos un mundo más humanizado, es imprescindible que activemos el rol protagónico del padre en la crianza, que abramos la puerta y demos la bienvenida al padre comprometido emocionalmente con sus hijos.
La solución es de responsabilidad compartida por hombres y mujeres. Por una parte las mujeres necesitamos aprender a ceder territorio en la crianza, y por otra, los hombres necesitan aprender a involucrarse emocionalmente con los hijos y asumir funciones y responsabilidades culturalmente sólo atribuidas a las mujeres. Tal vez, al principio, el cambio se haga difícil porque ser papá comprometido o ser pareja no se aprendió desde la infancia. El esfuerzo sin embargo, valdrá la pena, será inversión segura a futuro. Progresivamente, en las generaciones siguientes, papá ya dejará de ser una figura ausente, o aunque presente en el hogar,  poco significativa o nutritiva en la vida de los pequeños.
Twitter. @conocemimundo

Papá no es prescindible

Por Berna Iskandar

En Venezuela predomina un modelo familiar que el doctor Alejandro Moreno Olmedo, sociólogo e investigador de la familia venezolana, denomina “Familia Matricentrada”, donde el binomio madre-hijo-a es la única relación existente y en la que poco o nada se registra relación de pareja, ni relación padre-hijo-a. El papá, por lo tanto, queda excluido de la vida familiar y esto, según explica el doctor Moreno, se expresa incluso en el modo de hablar. En Venezuela, por ejemplo, no decimos “voy a casa de mis padres”, sino, “voy a casa de mi mamá”, ni nos referimos “al cuarto de mis padres”, sino al “cuarto de mi mamá”. En Venezuela, el día de la madre ocurre en medio de movilizaciones extraordinarias, comparadas con las fiestas navideñas. Del día del padre poco se habla, y poco menos recordamos cuándo se celebra.
En muchos  hogares venezolanos abundan las heridas que afloran con la inminencia de una paternidad ausente o de presencia tangencial y poco significativa dentro de la familia. A lo largo de la vida,  muchas y muchos venezolanos conectarán con el dolor del padre que nunca estuvo. Y no faltará quien intente compensar vacíos -desde la mejor de las intenciones- insuflando coraje a las  mamás solas con el consabido “porque tú has sido padre y madre”, sin que nadie se atreva a admitir que una mamá solamente puede ser mamá, que una mujer, nunca y por más que se esfuerce, podrá ser mamá y papá. Porque el rol del padre es irreemplazable.  Y no se trata de desconocer los enormes esfuerzos de mujeres solas con sus hijos intentando llenar el vacío paterno. De lo que se trata es de dar el lugar que le corresponde al vínculo padre-hijo-a. Negar o restar importancia al dolor o al vacío que provoca la ausencia paterna, no ayuda a ningún hijo a sentirse más amparado ni menos abandonado. Al margen del discurso de la madre, es preciso permitir a los hijos la expresión de su propia y genuina vivencia frente a la ausencia paterna.
Aunque tradicionalmente el rol del padre se reservó a funciones meramente reproductoras o, en el mejor de los casos proveedoras, ha surgido en los últimos años una nueva paternidad: el papá moderno, un padre más activo en la crianza, más comprometido emocionalmente con los hijos, sea que viva o no bajo el mismo techo con ellos. Sin embargo, muchos de estos nuevos papás, además de enfrentar la dificultad de aprender una tarea que nunca les enseñaron a desempeñar, también deben vencer otro escollo: el territorialismo maternoque nace de la familia matricentrada. La mujer que ha sido criada y cría en estas familias, aprende que la única manera de empoderarse dentro del ámbito donde ha llevado siempre la batuta, es a través de la relación con los hijos, y sin darse cuenta, en muchos casos (no en todos) se apropia de los hijos contribuyendo a desplazar o anular al padre.
Aclaremos que familia matricentrada y matriarcado no son la misma cosa. Bien lo explica el doctor Moreno cuando subraya que seguimos funcionando en un patriarcado,   donde la mujer es víctima muy frecuente de violencia basada en género. Sin embargo el territorialismo materno existe, y es un tema que aunque golpea sensibilidades y hace saltar resortes,  hay que ponerlo sobre la palestra porque obstaculiza la presencia fértil y protagónica del padre en las familias venezolanas.
Territorialismo materno es descalificar al padre y hacerlo ver como prescindible para los hijos. Territorialismo materno es pensar o decirle al padre: “tú no sabes dar de comer, vestir, higienizar, atender mejor que yo a nuestros hijos”. Territorialismo materno es referirse constantemente al padre en términos que lo descalifican: “Eres igualito a tu papá, irresponsable y mentiroso”, o simplemente no hablar, ningunear e invisibilizar al padre. Territorialismo materno es impedir que el vínculo padre-hijos sobreviva a la separación de la pareja: “Si te divorcias de mí, pierdes a tus hijos”…
Pensemos un poco, ¿cómo aprende a ser papá un hijo varón que no ha tenido un padre presente?, ¿cómo aprende a ser pareja un hijo o una hija que siempre vio a su madre sola, desgastándose en el objetivo imposible de ser madre y padre a la vez?. Si queremos un mundo más humanizado, es imprescindible que activemos el rol protagónico del padre en la crianza, que abramos la puerta y demos la bienvenida al padre comprometido emocionalmente con sus hijos.
La solución es de responsabilidad compartida por hombres y mujeres. Por una parte las mujeres necesitamos aprender a ceder territorio en la crianza, y por otra, los hombres necesitan aprender a involucrarse emocionalmente con los hijos y asumir funciones y responsabilidades culturalmente sólo atribuidas a las mujeres. Tal vez, al principio, el cambio se haga difícil porque ser papá comprometido o ser pareja no se aprendió desde la infancia. El esfuerzo sin embargo, valdrá la pena, será inversión segura a futuro. Progresivamente, en las generaciones siguientes, papá ya dejará de ser una figura ausente, o aunque presente en el hogar,  poco significativa o nutritiva en la vida de los pequeños.

domingo, 9 de junio de 2013

El código de la felicidad

Por Berna Iskandar


Tantos siglos, tantos místicos, filósofos, especialistas de la conducta y del alma empeñados en la búsqueda de la felicidad y resulta que la respuesta al enigma es simple,  tal y como podemos comprobar en este video que les traigo hoy. 
 Cuando todavía estamos recién llegados al mundo y aún no ha habido oportunidad de  pasar por  el tamiz de los condicionamiento sociales, conservamos el contacto con la fuente que nos dicta aquello que nos encaja, aquello que necesitamos para sentir bienestar y recuperar el equilibrio, es decir,  el camino hacia la felicidad.
 Es cuestión de abrir los ojos y el corazón para darnos cuenta de una verdad tan simple como  esta que se manifiesta de nuevo a través del revelador, enternecedor, y simpático video del programa español,  El Hormiguero.  Para un bebé,   el paraíso terrenal está en los brazos de mamá.   No hay juguetes, ni golosinas, ni objetos, ni bienes capaces de sustituir el estado puro de  felicidad  que siempre encuentra un niño  en el regazo amoroso y nutricio de la madre.  
 ¡Ah! una cosa más. Para mí, el gesto del bebé al final de la escena cuando por fin se calma y voltea para ver y señalar a quien lo entregó a su mamá,  es de agradecimiento y no de rechazo o marcaje de distancia como algunos interpretaron.   Me gustaría que después de que vean el video me cuenten si están o no  de acuerdo conmigo.  Miren bien la expresión de la carita del bebé,  su apertura y disposición para mirar a ese señor desconocido que  lo había asustado,  y se darán cuenta de lo que les digo.  Y es que una vez que el bebé se siente a salvo en los brazos de mamá,  ya está listo para vincularse con el otro, en este caso, con el hombre extraño que de pronto lo tomó en brazos asuntándolo.  Así es como perciben el mundo los bebés y así es como funciona el apego seguro.
Resulta simple y a la vez tan importante darnos cuenta  que el modo más fácil de preservar el contacto de por vida con la fuente de la seguridad y la felicidad,  es una infancia feliz. 






El código de la felicidad

Por Berna Iskandar


Tantos siglos, tantos místicos, filósofos, especialistas de la conducta y del alma empeñados en la búsqueda de la felicidad y resulta que la respuesta al enigma es simple,  tal y como podemos comprobar en este video que les traigo hoy. 
 Cuando todavía estamos recién llegados al mundo y aún no ha habido oportunidad de  pasar por  el tamiz de los condicionamiento sociales, conservamos el contacto con la fuente que nos dicta aquello que nos encaja, aquello que necesitamos para sentir bienestar y recuperar el equilibrio, es decir,  el camino hacia la felicidad.
 Es cuestión de abrir los ojos y el corazón para darnos cuenta de una verdad tan simple como  esta que se manifiesta de nuevo a través del revelador, enternecedor, y simpático video del programa español,  El Hormiguero.  Para un bebé,   el paraíso terrenal está en los brazos de mamá.   No hay juguetes, ni golosinas, ni objetos, ni bienes capaces de sustituir el estado puro de  felicidad  que siempre encuentra un niño  en el regazo amoroso y nutricio de la madre.  
 ¡Ah! una cosa más. Para mí, el gesto del bebé al final de la escena cuando por fin se calma y voltea para ver y señalar a quien lo entregó a su mamá,  es de agradecimiento y no de rechazo o marcaje de distancia como algunos interpretaron.   Me gustaría que después de que vean el video me cuenten si están o no  de acuerdo conmigo.  Miren bien la expresión de la carita del bebé,  su apertura y disposición para mirar a ese señor desconocido que  lo había asustado,  y se darán cuenta de lo que les digo.  Y es que una vez que el bebé se siente a salvo en los brazos de mamá,  ya está listo para vincularse con el otro, en este caso, con el hombre extraño que de pronto lo tomó en brazos asuntándolo.  Así es como perciben el mundo los bebés y así es como funciona el apego seguro.
Resulta simple y a la vez tan importante darnos cuenta  que el modo más fácil de preservar el contacto de por vida con la fuente de la seguridad y la felicidad,  es una infancia feliz.