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sábado, 29 de septiembre de 2012
Ni doncellas complacientes ni machos súper poderosos
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jueves, 27 de septiembre de 2012
Ponernos en sus zapatitos
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miércoles, 26 de septiembre de 2012
¿Capricho o necesidad legítima?
Circula información nada realista acerca de lo que nuestros pequeños realmente necesitan. De infinitas formas y desde que nacen, las criaturas son víctimas de este drama. Veamos uno de los más comunes mal entendidos en la crianza. Las últimas investigaciones de la neurociencia han demostrado que un bebé - por naturaleza carente de autonomía y absolutamente dependiente de los cuidados maternos - se estresa fácilmente y llora al estar solo, porque el mecanismo de supervivencia de su diseño evolutivo dicta que se le disparen las alarmas cuando se encuentra separado del cuerpo de su cuidador. Por lo tanto, un bebé alejado del cuerpo de la madre, sufre con la intensidad de sentir que está en peligro de muerte. Pero ¿qué dice la conseja popular?, dice que el bebé llora por capricho y además presiona a la madre para que no lo coja en brazos con el argumento de que lo va a “mal acostumbrar”. Entonces la pobre criatura queda desamparada, sin consuelo, segregando una enorme cantidad de cortisol (hormona del estrés) que no puede gestionar y que sabotea el desarrollo de su cerebro en formación. Además, aprende que, en este mundo en el que acaba de aterrizar, no vale la pena pedir ayuda porque nadie va a acudir a calmarla. Enlaces relacionados
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martes, 25 de septiembre de 2012
Dejar los pañales, ¿cuándo y cómo?
En una entrevista que hice a Gladys Michelena, psicoanalista venezolana, especializada en el tema, nos explicaba que los esfínteres son los canales por donde salen los desechos después de que la comida ya ha sido útil y pasa a la sangre. Aquello que no sirve, sale por dichos conductos en forma de heces y de orina. En niños pequeños, esta expulsión no ocurre a voluntad porque aún no han madurado para ello, sino que sucede automáticamente. A medida que discurre el tiempo los niños van, por sí mismos, madurando fisiológica y psicológicamente hasta que son capaces de retener, y es entonces cuando logran hacer sus necesidades a voluntad. Esto comienza a suceder gradualmente a partir de los dos años, hasta los cinco años, dependiendo de cada niño. Recordemos que al igual que una huella digital, cada niño es único e irrepetible. De modo que los adultos debemos esperar por ellos y saber reconocer el tiempo que cada pequeño, desde su propio ritmo individual, requiere para alcanzar el control de esfínteres diurno y nocturno. Estudios recientes han observado que a los dos años y medio lo consigue el 22%, a los tres años el 60%, a los tres años y medio el 88% y a los cuatro años el 98% de los niños. Es decir, que contrario a lo que muchos piensan, la mayoría de los peques realmente están listos para dejar el pañal a los cuatro años. Por otra parte, suele ocurrir que el control de esfínteres diurno y nocturno se adquiere en momentos diferentes. El control nocturno se logra más tarde porque, mientras duermen, los chiquitines están menos alertas y porque en la noche tiende a bajar la temperatura lo cual hace que orinen más.
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lunes, 24 de septiembre de 2012
El delicado asunto de intervenir o no
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La "nalgada a tiempo"
¿Cómo te sentirías si te lo hicieran a ti?
Tratarás al niño como a un igual
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jueves, 20 de septiembre de 2012
Ni doncellas complacientes ni machos súper poderosos
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viernes, 14 de septiembre de 2012
¿Autorregulación o entrenamiento?
Veamos. Así
como nadie tiene que enseñar a un recién nacido a respirar, ni a llorar, tampoco hay que enseñar a un niño pequeño cómo
o cuántas veces pegarse al pecho de la madre. Tampoco hay que enseñarlo a
dormir, orinar o hacer caca, ni a comer,
ni a caminar. Para que cualquier individuo de la especie animal -incluido el
humano- adquiera y desarrolle las conductas
naturales de su especie, no es necesario forzar ni entrenar. Si el individuo es sano y no presenta
patologías, consolidará dichas conductas por autorregulación. Escribir o tocar el piano, por ejemplo, pueden ser
habilidades que requieran ser aprendidas con uno u otro método. Pero al igual
que un pez comienza a nadar y un ciervo recién nacido comienza a andar, las actividades naturales de los humanos
surgen y se consolidan por autorregulación y no por entrenamiento.
Criar sin
violencia no significa únicamente proscribir los gritos o el castigo físico. También
significa respetar el ritmo evolutivo individual de cada niño, preservándolo de
la presión social con sus ritmos inyectados desde afuera, que nada tienen que ver con las genuinas
necesidades de desarrollo de los pequeños. Si desde niños somos forzados a divorciarnos
de nuestros ritmos naturales y a desoír nuestro cuerpo, el resultado será la pérdida de conexión con
la propia sabiduría e intuición. Enlaces relacionados
@conocemimundo¿Autorregulación o entrenamiento?
Veamos. Así como nadie tiene que enseñar a un recién nacido a respirar, ni a llorar, tampoco hay que enseñar a un niño pequeño cómo o cuántas veces pegarse al pecho de la madre. Tampoco hay que enseñarlo a dormir, orinar o hacer caca, ni a comer, ni a caminar. Para que cualquier individuo de la especie animal -incluido el humano- adquiera y desarrolle las conductas naturales de su especie, no es necesario forzar ni entrenar. Si el individuo es sano y no presenta patologías, consolidará dichas conductas por autorregulación. Escribir o tocar el piano, por ejemplo, pueden ser habilidades que requieran ser aprendidas con uno u otro método. Pero al igual que un pez comienza a nadar y un ciervo recién nacido comienza a andar, las actividades naturales de los humanos surgen y se consolidan por autorregulación y no por entrenamiento.
Criar sin violencia no significa únicamente proscribir los gritos o el castigo físico. También significa respetar el ritmo evolutivo individual de cada niño, preservándolo de la presión social con sus ritmos inyectados desde afuera, que nada tienen que ver con las genuinas necesidades de desarrollo de los pequeños. Si desde niños somos forzados a divorciarnos de nuestros ritmos naturales y a desoír nuestro cuerpo, el resultado será la pérdida de conexión con la propia sabiduría e intuición. Enlaces relacionados
@conocemimundojueves, 13 de septiembre de 2012
Tratarás al niño como a un igual
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“Para hacer grandes cosas, es preciso ser tan superior a sus semejantes como lo es el hombre a la mujer, el padre a los hijos, el señor a los esclavos”. Aristóteles siglo V a.C. Con esta frase citada por Casilada Rodrigáñez, en su artículo “Poner límites o informar de los límites”, la escritora madrileña aporta clara referencia del orden en el cual hemos basado más de cinco mil años de civilización patriarcal, establecido sobre el principio de la jerarquía. Un orden opuesto a la estructura anterior de sociedades neolíticas matrifocales, que se asentaron sobre la horizontalidad y la cooperación.
Acierta Rodrigáñez, al destacar que nuestro modelo actual de hombre o mujer, incluye la superioridad adulta como uno de los pilares del patriarcado, aún predominante en el planeta. Con este paradigma calado hasta los tuétanos, la mayoría de los adultos valoramos al niño como un inferior y un subordinado. Es así que la práctica de ordenar, imponer y doblegar al niño la llevamos muy interiorizada y, por tanto, se hace tan difícil sustraernos de ella.
Han transcurrido, sin embargo, alrededor de un par de décadas en las cuales una corriente de pensamiento florece a la luz de un nuevo despertar de conciencia, y comienza a sumar voces que valoran al niño como a un igual. Una corriente sustentada en modos de relación más horizontales entre adultos y niños, que abraza conductas orientadas por principios de equidad, respeto, altruismo, dignidad, empatía y no violencia.
Hablamos de una filosofía que nos encamina a ofrecer explicaciones y alternativas, en lugar de dar sistemáticamente órdenes e imponernos a partir de la descalificación de las capacidades y habilidades del niño. Una nueva estructura que llama a sustituir la autoridad, por comunicación, acuerdos y compromiso emocional. Que nos lleva a creer en que sí es posible ser democráticos y flexibles en el hogar, en que sí es posible enseñar a los hijos a comprender sus deberes sin violar sus derechos, en que sí es posible ejercer el rol de padres tratando al niño como a un igual. Un nuevo orden donde los niños opinan y acuerdan con el resto de la familia, sobre los asuntos cotidianos. Donde se les informa respetuosamente cómo funciona este mundo que están conociendo. Una forma de vida que valida el ejercicio de la autocrítica, de pedir disculpas a los hijos cuando nos equivocamos. Que nos da el permiso de hacer las cosas de un modo distinto. Otra manera de vivir la paternidad y la maternidad que convoca a ponernos en los zapatitos de los niños para comprender cuáles son sus necesidadesreales y satisfacerlas sin reparos. A tener expectativas reales sobre lo que se puede o no esperar de los pequeños según su momento evolutivo. A respetar sus propios ritmos madurativos en lugar de forzarlos a responder según los ritmos externos. Un camino amoroso que nos inclina a buscar tras la superficie las razones del “mal comportamiento” de los niños, en lugar de interrumpir o modificar la conducta con métodos punitivos. Que nos llama a palabrear constantemente a nuestros pequeños, a contarles lo que nos pasa, lo que esperamos de ellos, lo que necesitamos. A escucharlos y atenderlos sin banalizar sus sentires, deseos y expresiones, asumiendo que son siempre importantes.
Desmontar el constructo adultocéntrico con raíces milenarias, supone una visión ética elevada, con paradigmas de avanzada, poco comprendidos hoy. Tenemos por delante el enorme desafío de comprometernos con nuestro propio cambio de conciencia y contribuir con abundantes umbrales de retorno hacia la crianza humanizada. Es nuestra deuda pendiente con los niños.
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miércoles, 12 de septiembre de 2012
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“Para hacer grandes cosas, es preciso ser tan superior a sus semejantes como lo es el hombre a la mujer, el padre a los hijos, el señor a los esclavos”. Aristóteles siglo V a.C. Con esta frase citada por Casilada Rodrigáñez, en su artículo “Poner límites o informar de los límites”, la escritora madrileña aporta clara referencia del orden en el cual hemos basado más de cinco mil años de civilización patriarcal, establecido sobre el principio de la jerarquía. Un orden opuesto a la estructura anterior de sociedades neolíticas matrifocales, que se asentaron sobre la horizontalidad y la cooperación.
Acierta Rodrigáñez, al destacar que nuestro modelo actual de hombre o mujer, incluye la superioridad adulta como uno de los pilares del patriarcado, aún predominante en el planeta. Con este paradigma calado hasta los tuétanos, la mayoría de los adultos valoramos al niño como un inferior y un subordinado. Es así que la práctica de ordenar, imponer y doblegar al niño la llevamos muy interiorizada y, por tanto, se hace tan difícil sustraernos de ella.
Han transcurrido, sin embargo, alrededor de un
par de décadas en las cuales una corriente de pensamiento florece a la luz de
un nuevo despertar de conciencia, y comienza
a sumar voces que valoran al niño como a
un igual. Una corriente sustentada
en modos de relación más horizontales entre adultos y niños, que abraza conductas
orientadas por principios de equidad, respeto, altruismo, dignidad, empatía y
no violencia.
Hablamos de una filosofía que nos encamina a ofrecer explicaciones y alternativas, en lugar de dar sistemáticamente órdenes e imponernos a partir de la descalificación de las capacidades y habilidades del niño. Una nueva estructura que llama a sustituir la autoridad, por comunicación, acuerdos y compromiso emocional. Que nos lleva a creer en que sí es posible ser democráticos y flexibles en el hogar, en que sí es posible enseñar a los hijos a comprender sus deberes sin violar sus derechos, en que sí es posible ejercer el rol de padres tratando al niño como a un igual. Un nuevo orden donde los niños opinan y acuerdan con el resto de la familia, sobre los asuntos cotidianos. Donde se les informa respetuosamente cómo funciona este mundo que están conociendo. Una forma de vida que valida el ejercicio de la autocrítica, de pedir disculpas a los hijos cuando nos equivocamos. Que nos da el permiso de hacer las cosas de un modo distinto. Otra manera de vivir la paternidad y la maternidad que convoca a ponernos en los zapatitos de los niños para comprender cuáles son sus necesidades reales y satisfacerlas sin reparos. A tener expectativas reales sobre lo que se puede o no esperar de los pequeños según su momento evolutivo. A respetar sus propios ritmos madurativos en lugar de forzarlos a responder según los ritmos externos. Un camino amoroso que nos inclina a buscar tras la superficie las razones del “mal comportamiento” de los niños, en lugar de interrumpir o modificar la conducta con métodos punitivos. Que nos llama a palabrear constantemente a nuestros pequeños, a contarles lo que nos pasa, lo que esperamos de ellos, lo que necesitamos. A escucharlos y atenderlos sin banalizar sus sentires, deseos y expresiones, asumiendo que son siempre importantes.
Desmontar el constructo adultocéntrico con
raíces milenarias, supone una visión
ética elevada, con paradigmas de avanzada, poco comprendidos hoy. Tenemos por delante el enorme desafío
de comprometernos con nuestro propio cambio de conciencia y contribuir
con abundantes umbrales de retorno hacia la crianza humanizada. Es nuestra deuda pendiente con los niños.



